BCCCAP00000000000000000001625

304 «...el Señor me dio hermanos» sintácticas retorcidas, paradójicas sino ya estrambóticas. Frecuentísi– mo era el recurso a los llamados «conceptos predicables» con los cuales el orador «conceptizaba», es decir, sutilizaba con morosa in– sistencia, sobre un texto sagrado o sobre un episodio bíblico, para deducir a través de analogías, metáforas, fantasías, conceptos raros, significados inauditos y conclusiones originales. Incluso la misma acción oratoria era muchas veces descompuesta, y el púlpito se trans– formaba en un escenario. Pero no todo era negativo. No faltaban aspectos positivos, sobre todo en la predicación de los capuchinos. La tradición heredada del siglo anterior seguía ejerciendo una influencia beneficiosa. Las Cons– tituciones, reimpresas oficialmente en 1643, hablaban claro y dicta– ban normas que estaban en los antípodas de la predicación usual en aquel tiempo; sea por el contenido, centrado en «el desnudo cru– cificado», sea por la forma, que debía consistir en «palabras desnu– das, sencillas, humildes, aunque llenas de amor, ardorosas, divinas». En esta tradición y en esta escuela se había formado también el padre Marcos. Al principio de su actividad, como se revela por sus manuscritos, aparece también como hijo de su tiempo: condes– ciende con cierta redundancia formal, con el empleo de metáforas exageradas y de «conceptos» preciosistas. Pero, con el transcurso del tiempo, fue simplificando y podando su lenguaje, hasta ponerlo en contacto con la sencillez evangélica y con las normas de las Cons– tituciones capuchinas. Hasta hacerlo rápido y esencial, dirigido más que a la inteligencia, al sentimiento y al corazón. En este sentido fue y se hizo cada vez más, un predicador popular, en el noble sentido de la palabra; un predicador que, por la selección de los temas y por el modo de exponerlos, sabía adaptarse a la capacidad media de los oyentes y quería ser entendido por todos. Y lo lograba tan cumplidamente que nobles y plebeyos, magistrados y campesi– nos, acudían por igual a oírlo e igualmente sentían que les removía la conciencia y lo íntimo del alma. La palabra «popular» no es sinónimo de improvisado. El padre Marcos nunca improvisaba. Preparaba sus sermones y los escribía diligentemente. Ahí están sus manuscritos para atestiguarlo: ser– mones de cuaresma, de adviento, del año, y muchos esquemas y notas .

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz