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302 «...el Señor me dio hermanos» la república de Venecia, en defensa de su última gran posesión en mares del levante . Una guerra titánica, llevada por tierra y por mar, que reavivó en el ánimo de muchos, al menos al principio, el entu– siasmo de las cruzadas y que empujó a los jóvenes a huir de casa para enrolarse en el ejército . Carlos Domingo, como otros, se dejó contagiar por el entusias– mo y huyó del colegio. Se dirigió a Capodistria, donde pensaba embarcarse en una nave veneciana. Pero, agotado por el viaje y sin blanca en el bolsillo, fue a llamar a la portería de los capuchi– nos. El superior, viejo amigo de la familia Cristofori, lo acogió paternalmente y le aconsejó volver a casa. Probablemente este encuentro con los capuchinos de Capodis– tria marcó su destino. De hecho, pasado un año, pidió ser admitido en la Orden. Fray Marcos Entró en los capuchinos en septiembre de 1648, casi a los 17 años. Recibió el nombre de Marcos, el nombre de su padre. Hizo el noviciado en el vecino convento de Conegliano (Trevi– so) bajo la dirección de un verdadero hombre de Dios: el padre Bernardo de Pordenone. Superados ciertos momentos de incertidumbre y de desaliento, lo realizó con gran provecho personal y satisfacción de todos. Emitió la profesión religiosa el 21 de noviembre de 1649, fiesta de la Presentación de la Virgen en el templo. Trasladado a Arzignano (Vicenza), pasó allí un año en el retiro y en el trabajo, en espera de iniciar los estudios que habrían de prepararlo para el apostolado. Pero, al someterlo a un examen pre– vio , los superiores lo juzgaron poco apto, insuficiente. Lo destina– ron a ser simple sacerdote, sin otros quehaceres que el de celebrar misa, recitar el oficio en el coro, dar algunas bendiciones, cuidar de la iglesia y de la sacristía. Perspectiva poco lisonjera, por no decir humillante y angustiosa, que amortiguaba los más bellos idea– les y condenaba a la inactividad a quien sentía en el corazón los impulsos más generosos. Imprevisible en sus caminos, la providencia se servía de todo esto para enraizarlo profundamente en la humildad y pulir progresivamente su espíritu mediante la renuncia y el sacrificio.

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