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URSULA MICAELA MORATA 299 un monte muy alto, cuajado de lozanas flores, y en su cumbre una cruz, y en ella al Redentor. Al pie del árbol de la vida estaban dos religiosas, la madre sor María Inés de Vilaseca, primera abadesa, y la madre Micaela, quienes habían de ser las que cargaran con la cruz y el trabajo de la fundación. Del costado del divino Jesús salía un ramillete de frescas rosas, tan unidas entre sí que semeja– ban una sola. Así explica la visión: el monte florido con la cruz era la reli– gión; las flores cimbreantes por los riscos significaban la observan– cia de la Regla y Constituciones; el ramo de rosas simbolizaba la unidad de las religiosas en la caridad. Como este modelo había de ser el nuevo monasterio de Alicante. El 28 de febrero tomaron posesión del convento de los Triunfos del Santísimo Sacramento. Sor Micaela fue vicaria y tornera, y aba– desa al final de sus días, elegida el 7 de febrero de 1699. Aquí, como en Murcia, el Señor la ilustró con el don de profe– cía, y era consultada no sólo por las gentes de la ciudad sino tam– bién por pasajeros en sus viajes y necesidades; con las almas del purgatorio usó de ardiente caridad para que fueran aliviadas en sus penas; sobresalió en el amor al Santísimo Sacramento y a la Madre de Dios, de donde le nacía el celo por la salvación de los hombres. Fue asidua en la contemplación. De sor Ursula Micaela se ha escrito: «No podemos olvidar que tuvo un ideal religioso; desde pequeña soñaba con ser santa y para ello fue católica practicante y fervorosa religiosa. No busca un Dios racional, sino que siente al Dios vivo que habita en nosotros y que se revela por actos de caridad y de amor, y no por vanos conceptos de soberbia. Dios llamó a su corazón y ella le correspondió con la entrega. De fe sencilla, entiende más de prácticas piadosas, ora– ción y mortificación, que de argumentos teológicos; lo que si tuvié– ramos que resumir en una frase podría ser quizá ésta: Creo en ti, Señor, eres el único amor mío, ayúdame que por mí no soy nada». Busca el fundamento racional de su fe en el diálogo con el confesor, puesto en lugar de Dios, para ver lo que tiene de auténti– co su búsqueda personal de Dios y la manera de afrontar la comple– jidad de la vida . Se entrega al Dios sufriente, al misterio de la cruz, no desde la razón sino desde el corazón. Como decía don Manuel
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