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298 « ... el Señor me dio hermanos» En cierta ocasión, Dios le pedía la pobreza o desnudez espm– tual, con todo lo que esto implica de amor puro. Sor Micaela res– pondió: «Señor mío, ¿qué puede dar quien nada tiene, sino malda– des y miseria?». La respuesta concreta fue el hacer voto de obedien– cia a su padre espiritual sometiendo su propio albedrío y juicio, sin libertad para hacer ni las más pequeñas niñerías fuera de la obediencia. Renovó el voto de pobreza, suspendiendo la voluntad para cualquier cosa diferente del querer divino: no pedir nada a Dios con fuerza, sino permanecer indiferente delante de su presen– cia, contenta con exponer un memorial de lo que quería pedir, satis– fecha con el gusto de Jesús, obrar con perfecta desnudez. Por el de castidad, ofrecía tener la vista fija en Dios y las potencias sujetas a su obediencia, rendidas las pasiones al espíritu, amando mejor a su Esposo con pureza de alma. En el voto de clausura, se propuso encerrar su corazón en el de su divino Señor, sin salir de él, con efectiva presencia de Dios, y cumplir sus obligaciones como fiel es– posa: dejar todo lo creado por el todo que es Dios, recluyéndose en las murallas de la clausura esclesiástica. La inteligente dirección del padre Jerónimo de Teruel afianzó su espíritu en la serenidad, sin que nada perturbase su paz en la andadura hacia Dios. También le impuso la obediencia de reanudar el relato de su vida por escrito, lo que comenzó el 25 de marzo de 1669. También se inician los trámites, en este año, para la fun– dación del convento de Alicante. En julio de 1670 se nombra nueva abadesa, sor Juana Eulalia Gómez, con lo que al poco tiempo deja el padre Jerónimo de atenderla. De Alicante al cielo No fue sendero de rosas la fundación. Surgieron numerosas y contrapuestas dificultades de las criaturas. Al fin resueltas, el 24 de febrero de 1672 salió sor Micaela, con cinco religiosas más cami– no de Alicante, «la casa de la primavera» de W. Fernández Flórez. Pasaron por el santuario de la Virgen de Orito, donde recibió parti– cular asistencia de María con miras a la fundación. Ya sor Micaela había tenido una visión en la que contempló

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