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296 «...el Señor me dio hermanos» comunidad, una religiosa le amenazó: «a esta embustera, que con sus revelaciones nos tiene a todas inquietas, tengo de hacer castigar con el prelado o la inquisición». Y de las palabras pasó a la denun– cia formal. Sor Micaela le decía al Señor: «Si mis pecados son la causa del malestar, que no paguen unas almas tan santas y de vuestro agrado». Añadiendo que «les comunicase a aquellas criaturas, que le eran más adversas y contrarias, los bienes y misericordias que a ella le hacía». «Cobré -dice- un amor tan grande a las religio– sas (que la criticaban), que me parecía poco dar la vida por cada una». El resultado fue una visita jurídica del prelado mediante un vi– sitador y secretario. Los cargos contra sor Micaela eran: que habla– ban en horas de silencio y a deshoras con la superiora y otras reli– giosas; que había confesado con otro sacerdote que no era el confe– sor ordinario; que no sabía leer ni escribir, y por tanto, incapaz para ser discreta. Enterada sor Micaela de las acusaciones, opuso que la Regla permite hablar a deshoras, cuando haya necesidad y con licencia de la prelada; que nunca confesó sin el permiso correspondiente. El visitador le dio a leer una carta y escribir unas líneas. Pasado satisfactoriamente el examen, «otras cositas, dijeron, las dejamos para el confesonario». Les respondió que estimaría mucho desaho– gar la conciencia con alguno de los dos. En 1664, el secretario de esta visita pasó a ser confesor de la comunidad, al finalizar el mandato de la madre Arcángela y ser elegida sor Francisca Díaz de Béjar. Dispuesto a investigar lo que había de cierto en las demandas a la Inquisición, planeó la estrate– gia a seguir con sor Micaela. Esta le suplicaba que examinase su espíritu y le desengañase sacando la verdad en limpio, costara lo que costara. Dispuso el confesor que entrara la última al confesonario, para preguntar las acusaciones que hacían las religiosas; había de comuni– carle las «misericordias» recibidas de Dios, sólo de dos en dos cada vez, desde que tuvo uso de razón; le demandó voto de obediencia a sus decisiones, pero cuando él hiciera sus experiencias. La echaba del confesonario, en ocasiones, con gran severidad, sin dejarla confesar

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