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URSULA MICAELA MORATA 293 co Berdín (1653). De entrada le exige voto de obedecer en lo que le mandara; aumentaría las tres horas de oración de la Regla en otras cuatro por la noche, y que meditaría en los pasos de la pasión de Jesucristo; no admitiría ninguna comunicación ni favor que Dios le procurara, resistiendo como si se tratase de una tentación del enemigo; debía andar por el camino ordinario de los fieles, dejando el que llevaba. Todo lo intentó evitando el consentimiento advertido contra la obediencia. Pero, por más que se lo proponía, no estaba en su ma– no cumplirlo. Al dar cuenta al padre Berdín de lo que le pasaba, éste respon– día con enojo: que bien se echaba de ver que su espíritu no era de Dios, pues le faltaba el rendimiento a la obediencia. Sor Micaela quería cumplir la voluntad de Dios manifestada en su director, que le imponía por obediencia el ir sola de noche a lo más retirado del convento, sobrecogida de miedo al diablo, sin descuidar que una religiosa retirara la luz por donde tenía que pasar. No por eso dejaba de cumplir la obediencia. Púsole espías de las mismas monjas para enterarse de lo que hacía, para ver si cumplía sus mandatos, advirtiendo procediesen con sumo cuidado al realizar el encargo, a fin de que no lo advirtiese. Las pruebas del padre Berdín, para cerciorarse de que el espíri– tu de sor Micaela era de Dios, fueron incontables, más de las que se refieren aquí. En todo este tiempo, no le dejaron las tentaciones y síntomas corporales como los sufridos en 1651, tanto contra la fe como de desesperación y de blasfemia. Cuando estuvo seguro el padre Berdín del buen espíritu de sor Micaela, le dijo que dejase las obediencias impuestas sobre el modo de oración y que fuese por el camino que decidía el altísimo. Pero sólo en agosto (1653) le aseguró «que Dios con la persecución del demonio y con el fuego vivo de su amor divino, acrisolaba y purifi– caba su alma. Que no tenía que temer». Recomendó a la abadesa que le proporcionara algunos cuidados corporales y el recurso a los médicos para sus achaques. En su caso, el remedio de una medicación errónea la condujo a una grave enfer– medad que la retuvo en la enfermería cinco años, hasta 1658.

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