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URSULA MICAELA MORATA 291 la aceptación del padecer soportado, muy singularmente por su fide– lidad a la fe en medio de las tentaciones. Al director espiritual le expuso en la visita lo acontecido. Este le aseguró que era una gracia de Dios, y le impuso por obediencia no resistir a la divina majestad y que humilde y agradecida recibiese sus favores, quedando siempre en el reconocimiento de la propia indigencia. Como el convento estaba derruido y las capuchinas no tenían en Murcia donde albergarse, por caridad los padres jesuitas les ce– dieron a unos 6 kms. de la capital, la finca actualmente conocida como «Los Teatinos». Allí se trasladaron el 25 de octubre (1651), y permanecieron hasta el 28 de noviembre de 1652 en que retorna– ron al monasterio de Murcia. Fueron meses muy fructíferos para su aprovechamiento en la contemplación y reconocimiento de sí misma. También de un gran disgusto. El confesor le impuso la obediencia de escribir su vida para relatar las «misericordias» concedidas por Dios. Ella tuvo un fuerte sentimiento de rechazo. Recusación firmemente mantenida hasta que intervino la superiora con precepto de obediencia. Sólo entonces se rindió y obedeció, comenzando para ella un verdadero calvario de parte del diablo y de algunas religiosas hermanas, que se opo– nían a que tal hiciera. Sor Micaela las disculpa aduciendo que, co– mo eran siervas de Dios, lo hacían por el celo de la religión y para que no se perdiese su alma, hacían diligencias para leer los escritos, tomando a hurtadillas los papeles que daba a la superiora, violen– tando a ésta su conciencia por dejarla escribir, ya que el padre Bo– jados, al dar crédito a su vivir contemplativo, era engañado por el demonio. En el corazón de Jesús descubría ella lo que pasaba, pues «en mi Dios -dice- entiendo todo», y sólo pretendo «darle gusto y morir antes que ofenderle». Arreciaron, por otra parte, las tentaciones de sensualidad y de dejar la religión en donde tantos inconvenientes padecía. Por el mes de abril (1652), el padre Bojados dejó de frecuentar las Ermitas y de dirigir a sor Micaela y también a la superiora, madre María Angela Astorch. Una gran tensión y sufrimiento ara– ñaba los corazones de la comunidad. En esta contingencia, abrumada la conciencia de la abadesa por los acontecimientos y los dimes y

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