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URSULA MICAELA MORATA 289 Parece consistir la depresión en una mezcla turbulenta y sin destellos de futuro, con pesadumbre, desconsuelo, ansiedad, inquie– tud, desamparo, agobio, falta de ilusión, pérdida del sentido de la existencia, ideas de suicidio, de modo recalcitrante e intenso. Pero la tristeza de Micaela no es el pozo ciego del caos que se traga la esperanza. Eso es el modo patológico. Hay autores que manifies– tan que en la experiencia mística se puede aunar un componente somático. El desconsuelo espiritual que describe la madre Micaela presenta matices diferenciales del puramente patológico. Entre mu– chas consideraciones, porque: a) tiene ella el convencimiento de que es una prueba que le viene de Dios y la acepta, coherente consigo misma; b) habla de desesperación como los depresivos, pero siempre en medio del gran padecer, junto a tentaciones de blasfemia y opo– sición a la fe, «el ánimo y valor de mi Señor era lo que me detenía. Era más puntual en socorrerme, que la tentación en afligirme»; c) la castidad no le inhibe la libido, puesto que se queja de sus exigencias; d) las alucinaciones, si se pueden llamar así las imágenes que le agobian, son representaciones del acervo cultural de su época (demonios, animales ponzoñosos, dragones ...) traducidas plásticamente, con lo que tienen un origen y promoción seguras que las excluyen de la serie patológica, es decir, falsas creaciones imaginadas; e) en las confesiones generales se derrama en su alma la misericordia y la gracia de Jesús, que calmaba la borrasca de su tribuladón, pero al mismo tiempo deseaba seguir padeciendo si esta era la voluntad de Dios; f) el sufrimiento se le acrecienta con las «exterioridades» o manifestaciones externas corporales del sufrimiento interior, cuan– do es clara su protesta y rechazo a llamar la atención; g) nunca pierde el sentido de la vida. Cuando, a pesar de la repugnancia y confusión interna, realiza los actos de humildad que le prescribe el confesor, se llena su alma de suavidad y dulzura sin perder el ánimo, porque el Señor «derrama su preciosa sangre en mi alma»; h) deseando, además, que este beneficio no fuera solo para ella, sino que alcanzase a todos los hombres a fin de que gozasen del tesoro de la sangre divina; i) a pesar del hondo penar, no suplica consuelos sino trabajos. Con lo que hemos de recordar las palabras de san Juan de la Cruz: «Es lima el desamparo y para gran luz el padecer tinieblas».

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