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286 « ... el Señor me dio hermanos» de obrar, sin atender a respeto de criaturas ... como un padre amo– roso que tiernamente ama a su hija y quiere». Es la consecuencia práctica de comprender: mirando preponderantemente al Señor. Cristo se le mostraba en espíritu cómo descansaba en su alma y que como Rey y Señor la tenía tomada. Sor Micaela habla en muchas de las «misericordias» que «me fue mostrado en espíritu». Quizá haya que entender la expresión en este sentido: un centro (aquí, Dios) se aparece a la mente de forma predominante y absor– bente. Produce entonces en el sujeto una afectividad acorde con la disposición del sujeto y la condición del objeto asimilado. Al con– centrar la fuerza interior en el objetivo que aparece a la mirada, éste manifiesta matices y variaciones desconocidas que sólo se pue– den conocer en esta situación. Aquí interviene la voluntad orillando la presencia mental de cualquier otro objeto diferente de aquel que cautiva la mente y enciende la afectividad. Esto, en la contempla– ción religiosa, predispone a dones y comunicaciones divinas. Es lo que se entendería por comprensión espiritual, una comprensión que sólo se da haciendo; y así quien hace, comprende. Esta situación -añade sor Micaela- le quitaba en ocasiones las fuerzas quedando como si hubiera padecido una gravísima enfermedad; y, a veces, las religiosas le hacían remedios pensando eran achaques. Pero en ella se aumentaban las ansias de padecer para que todas las almas se salvasen y pudieran ver a Dios; también, el conocimiento de su finitud y cuán poco pueden las criaturas sin el auxilio divino. La cruz se le hace patente a través de la ligereza de personas que la calumnian o, en ocasiones, de juicios temerarios. Es cierto que en ella, tomada de la mano de Dios, sus aflicciones son conso– ladas con iluminaciones especiales, claridades que le causan el pas– mo y el asombro de lo que percibe traspuesta en espíritu. Pero la cruz no deja de ser la cruz, aunque encienda el amor sin dejar los deseos de padecer: su único anhelo es no ofender a su majestad y cumplir con su querer. Después del trance doloroso, quedan la paz y el gozo, la acti– tud definida de su voluntad de ser menospreciada de las criaturas: no disculparse, aunque padezca sin culpa. «¡Bien sabe premiar su divina majestad -exclama- lo que se calla y sufre por su amor!» La exclamación era fruto de la experiencia.
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