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URSULA MICAELA MORATA 285 La aflicción fue intensa. Y el sentimiento mayor na;:;ía al ver que, por su culpa, había de perder tantos beneficios de la religión. En este trance, se refugia en la oración para contar sus cuitas al Señor, que se le manifiesta en visión imaginaria del modo que esta– ba cuando le azotaron en la columna, dándole a entender que mira– se cómo le habían puesto sus pecados y todos los pecados, y el sublime amor con que había padecido por los hombres y por ella. Su alma se contraía de dolor por haberle ofendido, y por el poco espíritu y amor que tenía a su Señor, aceptaba las ocasiones de padecer por El. Los acontecimientos se sucedieron como Dios quería y no como las criaturas habían decidido. Trocóse el corazón de las madres y la aceptaron a la profesión el 20 de enero de 1647, a la edad de 18 años y tres meses. Caminar entre espinas y rosas Entregarse a Dios no es desentenderse del mundo. En abril de 1648 el azote de la peste bubónica recaló en Murcia. En Cartagena la máxima virulencia de la plaga se reflejó en mayo. Varios de sus familiares perecieron del contagio. Pero hubo uno, sobre todo, que le apenaba d~ modo singular, porque la noticia llegaba con rumores y dudas de su salvación. Por él intercedía con -sus plegarias. La contaminación de la enfermedad entró en el convento por el mes de mayo o junio (1648). Sor Ursula fue elegida por la madre Astorch, conocedora de sus deseos, para servir a las infecciosas. Lo aceptó con mucha complacencia. «Esta religiosa -afirma Zevallos- como era tan fervorosa, tenía gusto en asistir a la apes– tada (sor lgnacia Vicente Grande). Con estar a todas horas curando a la enferma de las secas y granos que tenía en la cara, pecho y debajo de un brazo, dándole de comer, haciéndole la cama, no sólo no experimentó el más mínimo accidente, sino que mejoró de los que ella tenía». En este servicio, -sor Micaela para la religión– dice que se pasaba toda la noche en oración con sólo las palabras del Padrenuestro «que estás en el cielo»; «sentía iba conmigo mi Dios sin apartarse de mí un punto». ¡Con qué estilo nos habla de la presencia de Dios! «Enseñábame el espíritu y realce cómo debía

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