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282 « ...el Señor me dio hermanos» cesiones a su tendencia de talante oblativo admite con sincero afecto el deseo de un joven, sobrino suyo, que le pide matrimoniar. El objetivo de esta aceptación es alcanzar la santidad, pues la decisión de unir su vida en tal matrimonio es la virtud del joven prometido. En las conversaciones de novios hablan de Dios y su destino espiri– tual. Expresamente llevaba el temor de Dios para no ofenderle du– rante todo este tiempo. Sin embargo, el reproche interno de tal comportamiento no ce– jaba. Ella lo atribuye a desaprobación de la Virgen. Estas fueron sus aventuras desde los doce a los quince años. Tomada la resolución de dejar el noviazgo, delicadamente pro– pone su intención al compañero: ¿Nos resolvemos a ser santos?, le pregunta. - Sí, le responde el enamorado. - Me parece, prosigue ella, que para empezar a serlo, lo me- jor sería entrar en religión, y la voluntad que nos tenemos emplear– la para llegar a Dios. - No hay obstáculo para ser santos casados y así lo pretende– mos. Olvídate de tu figuración, escucha al amado. Ursula, firme en su propósito, le convence con todo cariño pa– ra que se rinda a su sentir. Lo alcanza, pero con una condición: había ella de entrar primero en el claustro y, hasta que profesara, se ofrecía él a ponerse de clérigo en espera de su profesión; una vez realizada, se metería religioso. Elección del camino A los dieciséis años cumplidos, ha de decidir en serio el estado que va a tomar. Le ayuda sobremanera un sueño de madrugada. La escena está acorde con el sentimiento dominante del barroco. Una persona, conocida de familia, enferma de apoplejía, muere a los tres días del suceso, y Ursula asiste al entierro. Premonitoria– mente en su mente ha quedado flotando una pregunta: ¿Qué aguar– das para resolverte? Sobresaltada despierta y comienza a sollozar. El lloro claramente sonoro, interrumpe la dormida de su hermana de habitación. Tiene que contar el sueño. Quedando a la espectativa,

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