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URSULA MICAELA MORATA 281 la gente del siglo XVII dominada por el analfabetismo del pueblo y más acentuado en la mujer. Su hermana la quería mucho y le inculcaba fuese santa. Espiritualmente la dirigía con ecuanimidad, sin consentirle exceso en las mortificaciones que pretende dentro de su piedad, pues no gozaba de una salud de hierro. Sin embargo, Ursula tenía la convicción de que su camino había de semejarse al de Jesús en el calvario, y que, en el deambular por el espíritu, la cruz había de padecerla también en su cuerpo. Cuando Ursula cuenta once años, se casa su hermana-madre. Fue llevada, para solaz de los reciencasados, a casa de unos primos cuyas edades eran parejas a la suya. Se queja de que éstos la persi– guían repitiendo palabras no decentes que la mortificaban y toma tentación. Debieron de ser por picardía de niños que la hostigaban celebrando su desagrado e inquietud. Aunque para ella resultaba crueldad dolorosa. Hablábales de forma que se alejaban de su lado. Un año duró la estancia, ausente de su casa. No fue feliz. Tampoco gozaba de salud envidiable, y en una de las visitas de su hermana -pensando ésta que era debido a estar alejada de su lado- la llevó a su hogar. Como no había dejado su vida espiritual, al encontrar mayor libertad se resolvió a seguir los ayunos que acostumbraba e incluso los aumentó: los viernes de cuaresma y las vísperas de nuestra Señora, a pan y agua. A los doce años, con el desarrollo normal, capta la afectividad seductora de la naturaleza femenina, sensual y oblativa. Gusta arre– glar y componer su figura, siente la vanidad de parecer bien, acen– tuando los aspectos de la silueta que los demás alababan. Lo que más cuida es su cabellera que atavía con filigranas. Gusta de la gente moza con chanzas y entretenimientos, frecuentando las me– riendas con satisfacción del apetito de comer. La vida de piedad sufre merma, aunque no deja los ayunos y las devociones, en parti– cular la de nuestra Señora. Aceptaba el estado de casada para ella, ya que muchos santos lo tuvieron. Y pues no llevaba mala intención, bien podía ponerse galas y parecer bonita. Pero no tenía paz en la conciencia. Se pre– guntaba: ¿es que tengo voto de castidad para no comportarme como los demás amigos? Está segura de su vocación religiosa, y el camino que anda es un regateo a la llamada interior. Dejándose llevar de con-

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