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274 « ... el Señor me dio hermanos» dispuesto a dar cuanto tenía y nunca aceptó lo mucho que se le ofrecía. Vivió apostólicamente y murió cual perfecto religioso». Las fatigas de la vida apostólica, sobre todo en la fría y húme– da Galicia, minaron de forma irremediable su contextura, que nun– ca fue robusta. El mismo sacó la suma, en cifras, de lo que había sufrido: 62 enfermedades mortales, 120 millas recorridas en viajes apostólicos. Además de la vieja herida del pecho y el crónico mal intestinal (tal vez amebalisis), contraído en las misiones de Venezue– la, fue atormentado por la artritis que, durante meses, le postró en el lecho de su pobre celda de Monforte. Cuando, en los últimos años, su vista nublada ya no le permitía recitar el breviario, rechazó toda visita y conversación diciendo: «Si no puedo hablar con Dios, no hay razón para hablar con los hombres». Esperaba morir el día de la Anunciación, muy querido para él por su devoción a la Virgen. Pero el Señor lo llamó a sí al ama– necer del día de la Resurrección, el 11 de abril de 1694. Por la noche muchas personas vieron un desacostumbrado arco iris orien– tado hacia la habitación donde yacía el capuchino y la iglesia de las franciscanas descalzas que habían acogido su cuerpo. Los fune– rales duraron más de un mes. El padre José había vivido lejos de los demás h~rmanos y mu– rió solo y lejano, como un auténtico trabajador de la viña de su Señor. Aunque pudiera discutirse su modo de concebir la vida capu– china -vivió fuera del convento más de cuatro decenios- la santi– dad de su vida está fuera de discusión. Había llevado vida de misio– nero durante 37 años consecutivos. Había creido y practicado heroica– mente la verdad, la virtud y la piedad que había estado predicando a los otros. Su máxima aspiración había sido la Palabra de Dios, su gracia, la insustituible salvación obrada por Cristo. La iconogra– fía lo representa en acto de predicar, mientras salen de su boca rayos y centellas, como lo vieron en una ocasión los salvajes. Dios confirmó la santidad de su vida con incontables conversio– nes y prodigios, que no pueden ser atribuidos a la facilidad con que entonces se aceptaban los sucesos maravillosos. Entre el 1695-1699 su hermano el padre Alonso se apresuró a recoger unas 21 relaciones, juradas y autenticadas bajo notario, de los prodigiosos hechos acae– cidos en las misiones predicadas por el padre José. Cuatro años

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