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JOSE DE CARABANTES 271 ces10n; fuentes de las que, de repente, surgía agua para muchedum– bres sedientas; campos y huertos que pisoteados por el gentío daban no obstante maravilloso fruto; manadas de lobos ahuyentados; cu– raciones sin cuento, especialmente por el uso de las cuentas benditas del rosario. Para el padre José la misión era un torbellino de gracia: la última oportunidad ofrecida al pecador para volverse a Dios y sal– varse . Con el fin de vencer las mayores resistencias, no era raro que acudiese al anuncio de inminentes calamidades, tormentas y se– quías, tan temidas por la población rural. Toda misión iba acompa– ñada de uno o más prodigios que ponían al rojo vivo el clima de fervor reinante y que aseguraban el fruto y el recuerdo de la misma. Prefería las aldeas y las poblaciones menores. Entre otros motivos porque las misiones debían tenerse siempre al aire libre, en el cam– po, y por las muchedumbres que concurrían de cerca y de lejos. Así se dio el caso de que un lugar de pocas decenas de casas, como Santigoso y Peñafurada fueron asaltadas por una multitud de 150.000 almas, mientras se contaban 100.000 en Castromao. Su método misional El método por él seguido era el corriente en las misiones de la época. Así puede verse en los dos volúmenes titulados «Práctica de misiones, remedio de pecadores» (León-Madrid 1674-78). En ellos el padre José, además de exhortar a la práctica de las misiones, entre católicos e infieles, con reglas muy precisas, añadió 39 de sus sermones. Los temas fuertes de su predicación eran las penas del infierno, el juicio final, la vergüenza en la confesión, la blasfemia, la impureza. La misión popular, con sus sermones sobre las verda– des eternas y sus instrucciones catequéticas venía a ser un curso in– tensivo del dogma y moral en vistas a una efectiva renovación cris– tiana. Duraba 15 días, al menos, y se desarrollaba en un clima peni– tencial altamente dramático, con el rosario cantado o recitado a co– ro, el ejercicio del Viacrucis, la imponente procesión final durante la cual el misionero llevaba una pesada cruz, a veces con corona de espinas y soga al cuello, seguido de miles de fieles llevando tam-

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