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JOSE DE CARABANTES 265 la tripulación. Llegó, junto con los otros misioneros, a la isla Mar– garita. Inmediatamente el padre José se entregó a la predicación entre los cristianos -españoles, mestizos, negros- que allí mora– ban. Siguió luego para Cumaná y Caracas donde trabajó por levan– tar el lánguido y formalístico catolicismo colonial. La misión de nueve días, predicada en la catedral de Caracas, produjo una verda– dera explosión de conversiones, con lágrimas y penitencias públicas, gracias, sobre todo, al padre José «el cual no parecía de carne, sino de espíritu», como se apresuraron comunicar el deán y el capí– tulo al provincial de Andalucía y al rey. Mientras se tramitaban los lentos papeleos burocráticos para la designación del territorio a los capuchinos, proseguían éstos su apos– tolado en pueblos y ciudades. Siempre con similares resultados de conversión y de renovación religiosa. En menos de un año fueron más de 10.000 las confesiones generales, según escribía al Consejo de Indias el padre Lorenzo de Magallón, el 2 de diciembre de 1658. Y añadía: «los religiosos más graves de esta provincia están de acuerdo en que sería un gran pecado el que los capuchinos se ocupasen de la conversión de los indios y no de convertir a los españoles, que tiene extrema necesidad». Esta información era peligrosa, porque una de las dificultades movidas por el Consejo para la asignación de misiones a los capuchinos consistía, precisamente, en la propen– sión de éstos a las misiones populares, que no debía ser consentida e impedir así la fundación de conventos en América. En una de estas misiones el padre José predicaba sobre el juicio universal. Al referirse a la sentencia de Cristo contra los precitos, esforzó tanto la voz que se le abrió una herida en el pecho, como si la hubiera hecho una lanza. Herida que jamás se curó y que era tan honda y amplia que -afirmaba él mismo con sorpresa y cierto deje de humorismo- «por ella se le registraban las interiores oficinas de la humana naturaleza». Misionero entre los antropófagos Después de sus giras apostólicas por las ciudades y principales poblaciones de Venezuela, los capuchinos fueron finalmente destina– dos a Cumanacoa, para trabajar en la civilización y evangelización

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