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264 « ... el Señor me dio hermanos» de la fealdad de un alma en pecado mortal, la salvación de las almas llegó a ser una obsesión en el nuevo sacerdote. Pero no había grandes posibilidades o perspectivas para los mil novecientos capu– chinos españoles. Se hallaban condicionados por el inmobilismo ca– racterístico de una nación rígidamente católica y confinados en los conventos por una severa observancia regular. De tiempo atrás ve– nía ya buscando una salida a su potencial dinamismo, pidiendo re– petidas veces a la Congregación de Propaganda Fide el poder traba– jar en las misiones entre infieles, herejes o cismáticos. Después del fracaso de la misión del Congo, cerrada a los ca– puchinos españoles en 1649 por la intransigencia política de Portu– gal, se entreabría la posibilidad de un nuevo campo de apostolado en las misiones de Cumaná (Venezuela), fundadas por el célebre fray Francisco de Pamplona en 1650. Precisamente en 1653 volvía a Es– paña el superior de aquella misión, padre Lorenzo de Magallón. Venía a defender, ante el Consejo de Indias, la existencia de la mi– sión amenazada de supresión, y a buscar nuevos operarios. El padre José fue uno de los cinco escogidos. Durante su estancia en Madrid, donde el Nuncio le confirió el título y las facultades de misionero apostólico, escribía -el 6 de junio de 1654- a uno de sus hermanos capuchinos: «Finalmente el Señor me ha concedido lo que desde cinco o seis años tanto de– seaba y por lo que tanto suplicaba a su Majestad: el ofrecer mi vida, mi salud y mis fuerzas para cultivar su viña entre los infieles. Hoy me embarco con mis compañeros, todos inflamados de amor divino, para buscar las almas y llevarlas al cielo y para derramar la sangre y dar la vida si fuere necesario». Varias veces se retrasó la salida. Entre tanto el padre José, para estar seguro de que cumplía con la voluntad de Dios, consultó a su célebre compaisana sor María Jesús de Agreda. Le preguntó si debía trabajar en España o entre los indios. El 1 de octubre de 1656 la monja le contestó que se atuviese a la decisión de los supe– riores, para quienes había pedido la luz del cielo. Por fin, en los primeros meses de 1657, la expedición fue autorizada para zarpar hacia Venezuela. Durante el camino a Cádiz el padre José predicaba en los pueblos por los que pasaba. La misma travesía del Atlántico la transformó en una auténtica misión para
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