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BERNARDO DE OFFIDA 259 Los últimos 25 años de su larga vida los pasó fray Bernardo en el convento de Offida. Hasta que su edad se lo permitió ejerció el oficio de portero. Abría a los frailes que volvían, a los devotos que venían a él para pedir consejo, a los harapientos del alma que en su descarrío buscaban el perdón y la paz; a los mendigos que pedían un trozo de pan y una sopa caliente; a los viandantes que necesitaban un techo para cobijarse. El sonido de la campanilla era para él la voz de Dios que lo llamaba diez, cien veces al día, no importa. Con todos era amable, siempre dispuesto a socorrer a los pobres. Nadie debía marchar con las manos vacías . Este estilo de vida fue pronto conocido por todos y el camino del convento se animó como nunca hasta entonces . Los pobres verdaderos venían por una sopa que con frecuencia era su única comida del día. Gru– pos de muchachos venían a pedir el pan para su merienda. Gente impertinente y desocupada llamaba para pedir agua o un poco de verdura . Para ayudas de esta pequeña caridad cotidiana fray Bernardo había obtenido permiso para cultivar verduras en un trozo de huer– ta. Pero el pan, el vino y, en caso de los enfermos, algún trozo de carne, no podía sacarlo de la huerta. Debía, por tanto, que echar mano de las ·escasas provisiones del convento. Más de un fraile opi– naba que el hermano Bernardo exageraba un poco, y que con su irreflexiva liberalidad terminaba por favorecer a gandules y zánga– nos . Fray Bernardo aceptó la advertencia y sufrió represiones, pero no dejó, por ello, de socorrer a los pobres. En un año de carestía logró dar pan a gran número de ham– brientos , sin que por ello a los frailes les faltase lo necesario. ¿Por qué, pues , habría de dejar de dar limosnas? En las páginas del pro– ceso leemos que, en más de una ocasión, cuando en el convento no había qué poner a la mesa de los frailes, llegaron misteriosamen– te y en abundancia las provisiones . Por consiguiente, bastaba tener confianza en la Providencia divina, de la cual fray Bernardo se sen– tía dispensador. Entre las obras de misericordia, ejercitadas por él, encontramos la visita a los encarcelados y a los enfermos a quienes socorría como mejor podía. A unos y a otros exhortaba a soportarlo todo por amor de Dios, animándoles a tener esperanza. Cuando iba a visitar

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