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258 « ... el Señor me dio hermanos» ¿dónde está fray Bernardo para que ponga pronto la paz? ¡Pero ahora nadie se mueve!». Sin embargo, más que alguien que se mo– viese, tal vez lo que más se echaba de menos era alguien capaz de hacerse escuchar. La eficacia de la intervención de fray Bernardo provenía de más allá de sus palabras y de sus gestos, que no eran más que los de un insignificante ciudadano. Un día vino a visitarle, de Ascoli, el señor Paolo Paolini. El hermano, poniéndole la mano sobre la cabeza, le exhortó a que tuviese cuidado y se apartara de su vida desordenada. Era buscado como consejero hasta los últimos momentos de su vida. En el lecho de muerte recomendaba a los padres la obse– vancia de los mandamientos de Dios, la educación cristiana de los hijos. A los jóvenes les decía que no dejasen para la vejez la tarea de ser buenos cristianos, porque al faltar en ella las fuerzas, falta– ban también las oportunidades de servir eficazmente a Dios y al prójimo. Como se ve, fray Bernardo no se quedaba cómodamente sentado sobre la alfombra de una religiosidad tejida de buenas in– tenciones. A los frailes les recordaba, finalmente, la obligación de observar la Regla, de amarse fraternalmente, de vivir siempre en paz y de tener mucha caridad con los pobres. Hay en estas recomendaciones una especie de testamento espiri– tual de fray Bernardo, que quiso reafirmar así sus convicciones más profundas. Es decir, su fe firmísima en la función insustituible de la familia, la necesidad de una religiosidad comprometida y eficien– te, y la urgencia de un amor sincero y activo para con todos. Entre los pobres y los enfermos Entresacando hechos que traen los procesos se podrían escribir unas Florecillas de fray Bernardo con respecto a los pobres y enfer– mos. De ordinario se trataba de pobres que venían a llamar a la puerta del convento y de frailes enfermos a los que él cuidaba. Pero enfermos y pobres los encontraba fray Bernardo por doquier; ve– nían a él y se los traían incluso de lejos. Por todos se dejaba con– mover, llamaba a la misericordia divina y, no pocas veces, obtuvo milagrosamente lo que pedía con tanta fe y caridad.

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