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MARIA LORENZA LONGO 15 monasterio una multitud de almas necesitadas de su consejo y su consuelo. La visitaban los pobres beneficiarios de otro tiempo y los grandes del mundo que habían colaborado con ella en el hospital. Sus palabras frecuentemente inspiradas eran el eco de un corazón lleno de la ternura de Dios. Allá la visitaba su amiga María Ajerbo, que, con esta finalidad, había obtenido un rescripto pontifi– cio para entrar y a veces entretenerse en el monasterio. Al monas– terio iba san Cayetano porque, «ella hablaba altamente de las cosas divinas, y daba admirables y profundos significados a las divinas Escrituras, tanto que él quedaba estupefacto y lleno de consolación y decía que más luz había recibido de ella que de la lectura de los libros». Su principal preocupación era la de formar su comunidad en un auténtico espíritu franciscano. La larga experiencia de una vida vivida en el ejercicio de toda virtud, le ponía sobre los labios las más sabias enseñan?as, y la aureola que ya circundaba su frente la confirmaba con profunda eficacia. El Señor frecuentemente con– validaba su misión de madre y maestra con singulares carismas, co– mo lo narran sus biógrafos. En agosto de 1542 tuvo un éxtasis extraordinario. Las monjas que estaban a su alrededor, junto con María Ajerbo, pensando que estaba expirando, pretendieron moverla fuertemente. Ella, vuelta en sí, sonriendo las amonestó y, sin revelar cosa alguna de su indes– criptible experiencia mística, les hizo entender que había sabido que su hora estaba ya cercana. Dispuso de las cosas del monasterio, nombró, de acuerdo con las facultades recibidas del papa, la abade– sa y las otras oficiales, y se entregó enteramente a prepararse para el suspirado tránsito. No se conoce con exactitud la fecha de su muerte. Con mucha probabilidad podemos ubicarla a fines de 1542, pues de una carta escrita por sus religiosas al card. Carpi, en abril de 1543, se deduce que había muerto por este tiempo. Dos días antes de la muerte reu– nió a las monjas y les dio las últimas recomendaciones: «...exhor– tándolas a la observancia de la regla y de las virtudes, pero especial– mente a la paz, usando las palabras que Jesús dijo a los apóstoles: os doy mi paz, os dejo la paz. Y abrazando a todas, una por una, las encomendó, en particular a las más ancianas, y rogó a la abadesa
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