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BERNARDO DE OFFIDA 253 siblemente brotó en él el deseo de ser capuchino. Mas, esperó años antes de decírselo a nadie. El 1626, contrariamente a lo que se te– mía, sus padres le dieron el consentimiento. Su demanda fue acogi– da por el reverendo padre provincial, Felipe de Rapagnano. Era in– vierno. Para Domingo y su familia, sin embargo, parecía haber lle– gado la primavera, como por encanto. Entró en el noviciado en Corinaldo, el 15 de febrero. Al imponerle el hábito el padre Miguel Angel de Ripatransone, le cambió en nombre de Domingo por el de Bernardo de Offida. Un año más tarde, el 15 de febrero de 1627, en Camerino - adonde en ese intervalo había sido trasladado el noviciado -, hizo voto de pertenecer por siempre y en todo a Cris– to y a los hermanos. Tenía 23 años. El hagiógrafo se siente incómodo al tener que presentar a un hombre que se diría haber nacido santo. Se da la impresión de re– producir un cliché gastado. Precisemos: Domingo no nació santo, pero sí que quiso serlo desde la infancia, en la medida de su capaci– dad y estado. Es indudable que le tocó un buen natural y que el ambiente familiar le ayudó poderosamente a andar por el camino del Señor. Su opción por la vida religiosa entre los capuchinos no exigió un cambio de ruta, sino un acelerar el paso en el camino de la perfección. Al entrar en el convento llevó consigo un patrimo– nio de inestimable valor: frugalidad, modestia, laboriosidad, robus– tez física, la cordura y tenaz voluntad de un campesino de las Mar– cas. Tal vez por este motivo, Bernardo quedó siempre como un san– to «provinciano», enviado para el bien de su pueblo. Geográfica– mente su radio de acción fue muy limitado. Si nos atenemos a lo que dicen las Actas del proceso canónico, su actividad se redujo a Fermo, Ascoli y, sobre todo, a Offida. Admirado por doquier, buscado como hombre de oración, consejero espiritual y pacifica– dor, experto en los caminos de Dios y en las miserias del corazón humano. Sólo por excepción acudieron a él desde lejos, y por carta, de Lombardía, de Alemania y Francia. Y entonces el hermano anal– fabeto se valía de un hermano sacerdote, que escribía al dictado, y tal vez traducía al italiano, pensamientos y consejos que Bernardo leía en los designios de Dios, pero que expresaba en rudo dialecto marquesano.
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