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252 « ... el Señor me dio hermanos» por los caminos del Señor, hubiese algunos que lo hacían a trompi– cones. En este contexto humano se destacó un offidano de pura sangre que habría de obtener los honores de los altares. El hijo de Menica La tierna cabeza de un niño es bañada con el agua bautismal, mientras el sacerdote pronuncia las palabras: «Domingo, yo te bau– tizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». El rito tuvo lugar en la antigua iglesia de Santa María de la Roca, que se alza en un alto, a las afueras de Offida. Era el 7 de noviem– bre de 1604. Pocos sabían que el labrador José Peroni había llevado a bautizar a su tercer hijo, nacido el mismo día, y que su mujer le esperaba en casa, como una madre sabe esperar a su niñito trans– formado en hijo de Dios. Continuaron en casa de los Peroni los trabajos, los sinceros afectos, las pequeñas alegrías, los inevitables sufrimientos en torno a los tres hijos que, con los años, llegaron a ser ocho. En esta pobre familia fue criado Domingo, entre las paredes de una peque– ña casa situada en plena campiña. De índole apacible y tranquila, a los siete años ya llevaba al pasto las ovejas de las que la familia sacaba la leche para el queso, los corderos para vender y lana para vestir. Estaba completamente solo y oraba con frecuencia, mientras pacían las ovejas. Junto con el pan y el cayado de pastor, llevaba consigo la medalla de la Virgen. Se postraba ante ella sobre el suave césped o sobre una piedra y oraba. Con el paso de los años llegó a ser un robusto aldeano que manejaba con destreza la azada y la pala, y domaba los novillos para el trabajo del campo. Entretan– to seguía obedeciendo en casa y en la iglesia oraba como un ángel. Un hombre que encuentra su camino Entre las iglesias frecuentadas por Domingo se encontraba la de los capuchinos, establecidos en Offida en 1614. Allí encontró manera de conocer a algunos de ellos y ver cuál era su vida. Insen-

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