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14 «...el Señor me dio hermanos» en el que los capuchinos habían sustituído a los teatinos como padres espirituales. No se escribieron nuevas constituciones, sino que fueron adop– tadas las de santa Coleta, que en el siglo XVI representaban todavía la más rígida interpretación de la regla de santa Clara. Se añadieron algunas observancias tomadas de los capuchinos, los cuales junto con el primitivo ideal de reforma seráfica comunicaron a aquellas hermanas el apelativo de capuchinas. La fama de austeridad, que rodeaba al monasterio desde sus comienzos, contribuyó a difundir en la Iglesia la nueva familia reli– giosa. En 1553 Perusa, sobre el mismo modelo, fundaba un monas– terio que el papa confió a los capuchinos. Gubio y Brescia siguieron el ejemplo; en Milán san Carlos Borromeo fundaba dos; en 1576 Gregario XIII mandaba que viniesen a Roma cuatro monjas del proto-monasterio de Nápoles para traer su institución, y obligaba a los capuchinos a tomar la dirección del nuevo monasterio que reconocía como «principal e insigne monumento de piedad, estable– cido en Roma por singular beneficio de Dios». Un siglo más tarde, en Italia se contaban 89 monasterios de capuchinas con más de 2.500 monjas, mientras que ya desde princi– pios del siglo XVII eran numerosos en Francia y España. Oasis de vida contemplativa, eremitorios con frecuencia sepultados en el co– razón de populosas ciudades, irradiaban sobre el mundo la luz que les venía de Dios en el retiro y la oración. Ocaso silencioso En la quietud de su monasterio, la fundadora del hospital de los Incurables pasó sus últimos años, dedicada enteramente a la ora– ción y la formación de sus hermanas. Bellintani escribe: «Encerrada en el monasterio se dio a la oración y a los ejercicios mentales por completo, ya que por su enfermedad no podía hacer los corporales. Amaestraba a sus hijas en la observancia de la regla según el pensa– miento de san Francisco y de santa Clara, guiada por el consejo de los frailes capuchinos, quienes las confesaban y dirigían a todas». Conocidísima en la ciudad de Nápoles, María Longo atraía al

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