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246 « ...el Señor me dio hermanos» do le hizo la observación de que llamase al padre guardián, el cual, era como previsible, interrumpió el éxtasis. A través de la meditación continua fray Bernardo había llegado a la conclusión de que «la pasión del Señor es un mar sin fondo, porque contiene una gran multitud de misterios los cuales mueven el alma al amor de Dios». No era infrecuente el caso en que, todavía inmerso en la medi– tación y en la oración, al entrar en la cocina o al encontrarse con un hermano, fray Bernardo exclamaba: « ¡tiene una cara más alegre que de ordinario!», «¡paraíso, paraíso!». Para sus contemporáneos fray Bernardo en oración, con «el capucho echado hacia la cara», era signo de las realidades eternas. Así, por ejemplo, todos «se admiraban de que un fraile lego discu– rriera tan profundamente sobre el misterio de la Santísima Tri– nidad». El diálogo interpersonal que fray Bernardo tenía con los hom– bres surgía de su oración. Giuseppe Giacón y Narayes, consejero del rey, refirió lo siguiente: «no había persona que fuese a hablar con él y que no quedara consolado en su alma, enmendado en sus costumbres, aficionado a la confesión y a cambiar de vida... por eso iban a él no solamente los seglares, sino también los sacerdotes, para oírlo hablar de Dios y sacar provecho para el alma». Giuseppe Castelli, cuando se encontraba frente a su amigo fray Bernardo, encontraba en el corazón «una compunción tal y un cambio de vi– da, que temía acercarse al siervo de Dios aun en pecado venial». Ciertamente, la oración de fray Bernardo estaba favorecida, ade– más, por una vida muy austera, que aparecía a sus contemporáneos como «la más desesperada vida»; del mismo modo había aparecido la de los primeros capuchinos. Todos admitían que la vida de fray Bernardo «era más admira– ble que imitable». Los mismos frailes capuchinos se asombraban de sus peniten– cias. Con respecto a su cuerpo fray Bernardo usaba una estrategia de combate, por la supremacía del espíritu. Las penitencias, las renuncias, las flagelaciones (con frecuencia hasta la sangre), unidas a la pasión del Señor, conseguían el justo valor y la dimensión más auténtica.

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