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BERNARDO DE CORLEONE 245 Todos los días, fray Bernardo recibía la eucaristía, y era el mo– mento en que se sentía «totalmente» unido a Dios. Se apenaba por– que el viernes santo, según la liturgia del tiempo, no podría comul– gar, y decía: «Pobre alma mía, esta mañana te quedas en ayunas del pan de los ángeles». Inútil decir que ayudaba todas las misas que se celebraban en la iglesia del convento, e, imitando a san Fran– cisco, rodeaba de veneración todo lo relacionado con el altar, ade– más, naturalmente, «de la reverencia humilde y continuada que te– nía por los sacerdotes». Absorto en la meditación, fray Bernardo olvidaba a veces el correr de las horas. Le parecía que no podía hacer otra cosa que «estar presente con Jesucristo sacramentado». Después de los maiti– nes de medianoche, fray Bernardo se quedaba en la iglesia porque, como explicó una vez a fray Querubino de Palermo, <<no estaba bien dejar el santísimo sacramento solo»; por ello, «le hacía compa– ñía hasta que llegaban los demás frailes». Frecuentemente, aún estando en la cocina, fray Bernardo salu– daba a los hermanos con un «sea alabado el santísimo Sacramen– to», y a veces le añadía: «y viva la Virgen santísima concebida sin pecado original». De esta manera, «demostraba tener un gran fuego en el corazón». Fray Bernardo «tenía un amor entrañable a la pasión de Jesu– cristo nuestro Señor». Y en el Crucifijo, como cristiano auténtico, fray Bernardo leía el modelo de su trayectoria existencial, el arqueti– po de su autorealización. A quien le exhortaba a aprender a leer, fray Bernardo le respondía: «las llagas de Cristo nuestro Señor, esto es lo que tenemos que estudiar». Los conventos cuya iglesia custodiaba un «bello Crucifijo» eran los preferidos de fray Bernardo; esto no era un secreto para nadie: «estaba gustoso de familia en los lugares o en la iglesia que tenía la imagen del santísimo crucifijo». Decía a los frailes: «cuando te– néis en el convento un hermoso y devoto crucifijo, no tenéis más que desear». A muchos de los frailes fray Bernardo les aconsejaba re– citar el Oficio de las cinco llagas de Cristo, compuesto por san Bue– naventura. A fray Lorenzo de Catanissetta, que fue testigo ocular de un éxtasis del fraile corleonense ante el crucifijo de la escuela flamenca de la iglesia de los capuchinos de Palermo, fray Bernar-
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