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238 «... el Señor me dio hermanos» acariciaban de tiempo en tiempo las espaldas de algún marido o padre; y, al terminar el verano, no dejaban nunca de hacer acto de presencia en los viñedos, para aclarar las uvas, y quitarles a los campesinos el trabajo de la vendimia». Esta situación influyó bastante en el carácter de Filippo Latino y le dio la ocasión de manifestar la energía de su carácter generoso en favor de los oprimidos. La familia de Filippo era conocida en el pueblo como la «casa de los santos». La hermana, Domenica, decía de su madre que «era de vida pura e inocente». El padre, Leonardo, «maestro consarioto» (zapatero y artesano en peletería) tenía una gran caridad con los pobres y era capaz, cuando encontraba algún andrajoso, de llevarlo a casa, lavarlo y darle vestidos limpios y de comer. Los procesos hablan de otros dos hermanos de Filippo: Giulia– no, sacerdote diocesano, muerto en fama de santidad, y Lucas, ciu– dadano ejemplarísimo, «virgen», al decir del mismo Filippo; además de dos hermanas, una de las cuales, Domenica, era considerada por sus paisanos como «sierva de Dios». En un ambiente familiar tan favorable, es fácil imaginar como le era sencillo a Filippo vivir su vida religiosa con coherencia. Sobre la integridad religiosa y moral del joven Filippo no exis– tían dudas. Consta que era muy devoto del Crucifijo y de la Virgen, a la que todos los sábados le rendía el homenaje de una lámpara votiva. Frecuentaba mucho los sacramentos y no se avergonzaba de que lo encontraran en oración en las iglesias del pueblo y, según el testimonio de Giuseppe Lupo, «cada vez que tenía algún disgusto o pena, iba inmediatamente a confesarse». A esta religiosidad «vertical» correspondía la prueba de una re– ligiosidad «horizontal», hecha de obras y verdad, lo que hacía de Filippo Latino un «joven comprometido» en todos los sentidos. Son muchos los que han testificado haber visto al joven «yendo con los bártulos al cuello pidiendo limosna por la ciudad, en tiempo de invierno, para los pobres encarcelados» y esto «sin avergonzar– se». El maestro Filippo, cuando después dirigió un taller de zapate– ro, trataba bien a sus dependientes. A quien le hablaba de matrimonio, el maestro Filippo le mos– traba, enfadado, el cordón franciscano que habitualmente tenía

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