BCCCAP00000000000000000001625
AGATANGEL Y CASIANO 233 arzobispo, cayó sobre los dos condenados colgados. Una piedra, más aguda que las demás, hizo saltar el globo de un ojo al padre Aga– tángelo, y otras muchas hirieron de muerte a los dos cuerpos desnu– dos. No tardó en llegar la muerte. Un montón de piedras cubrió los cuerpos sin vida. Sobre la macabra escena descendió el silencio fúnebre con que suele concluir las manifestaciones incontroladas de la masa enfurecida. Era el silencio de una noche africana profunda, cuan– do sólo se perciben las voces de la naturaleza y las del espíri– tu. Se había realizado un sacrificio, aparentemente sin valor e inú– til. Sangre humana había una vez más regado la tierra quema– da. Semilla misteriosa de esperanza y de luz. Era el 7 de agosto de 1638. Una todavía arraigada tradición de aquel pueblo afirma que, en el corazón de la noche, se desprendieron de las piedras chis– pas de luz que, a medida que se elevaban, confluían en una gran columna de fuego, como espirales de rosas de un gran incensa– rio. El espectáculo se renovó en las noches sucesivas, tanto que las autoridades quedaron impresionadas y mandaron remover los cadá– veres. Gesto piadoso, pero que fue reservado para algunos católicos, porque a los encargados de hacerlo se lo impidió una terrible tem– pestad que cayó de improviso. El recuerdo del martirio y de la tumba quedó bastante vivo. Sólo que el aislamiento prolongado y la escasez de relaciones hizo que quedase confiado a la flaqueza e incertidumbre de la tradición popular. Será, más de dos siglos después, cuando otro gran capuchino, Guillermo Massaja, volverá a tomar contacto con aquel ambiente. Por informaciones orales recogidas por él -pues las escritas, que él buscó, se habían perdido con las huídas y los exilios-, llegó a encontrar el lugar de fa tumba de los mártires: al sur de Gondar, exactamente, «a la entrada actual del barrio musulmán». En época más cercana a nosotros, en 1928, un agente comercial italiano, A. Frangipani, en compañía de otros dos europeos, se diri– gía a Azazo y allí, junto a un viejo tronco de olivo, oyó el testimo– nio de un joven sacerdote del lugar, que era, entre el grupo de
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz