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AGATANGEL Y CASIANO 229 forzarse por allanar los obstáculos constituía el esquema de una «es– trategia ecuménica» humana, sobre la que luego el soplo del Espíri– tu Santo habría podido obrar como impulso determinante para la gran meta: restablecer la unidad entre los hermanos. El proyecto, con todo, se desarrollaba con las miras puestas más allá de los confines de la tierra del Nilo. A comienzos del siglo, Etiopía había conocido una inesperada primavera de fe bajo el go– bierno del emperador Socinios, gracias al trabajo de los jesuitas. Sin embargo, expulsados de improviso los misioneros, nuevas nubes de oscuridad amenazaban la nación, y los buenos resultados obteni– dos amenazaban en convertirse sin remedio en humo. Al reclamo, el ardor y las iniciativas de los dos misioneros se encendían de impaciente espectativa. Ambos se dedicaron al estudio asiduo de la lengua gheez, en– tonces la más importante para los contactos con los abisinios, y el padre Agatángel intensificó sus contactos con el patriarca copto Mateo 111. Era éste «un hombre inconstante» -diría el mismo padre en una carta-, no era de fiar. Con todo, los misioneros «buscaban todos los modos posibles» para llevar a buen fin su em– presa. «No hay que pensar que estas cosas se pueden hacer inmedia– tamente; es necesario tener paciencia y longanimidad», escribía el misionero a Roma, poniendo en guardia, al mismo tiempo, sobre ciertas posturas, demasiado rígidas, en relación con la «communica– tio in sacris». Según el parecer sumiso de quien vivía en contacto con la realidad, hubiera sido mejor tener en cuenta, a este respecto, el juicio de los mismos misioneros, guiados por la experiencia. Justamente a aquel patriarca le llegaban ahora insistentes solici– tudes de Etiopía, para que nombrase un nuevo arzobispo copto. Que al menos -pensaron nuestros misioneros- se consiguiese la elección de un sujeto benévolo o, por lo menos, no hostil a la reli– gión católica. En tal dirección se orientó la acción discreta y perseverante del padre Agatángel sobre el patriarca. En realidad la idea pareció con– seguir su efecto, ya que fue nombrado para el cargo el monje Armi– nio, que, aparentemente, demostraba simpatía hacia los misioneros, dejando incluso abierta la esperanza de una posible reconciliación suya con la confesión de Roma. Sin embargo, y los misioneros se

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