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226 « ... el Señor me dio hermanos» cayó enfermo. Fue entonces cuando el recordado padre Francisco de Tréguier le propuso a nuestro joven sacerdote el ocupar su sitio. Para quien se sentía fuertemente atraído, no se necesitaban muchas reflexiones. Después de algunos días, el padre Agatángel y su com– pañero padre Alberto, estaban ya de viaje hacia Marsella, desde donde una nave los había de llevar a Siria. Llegaron a Aleppo el 29 de abril de 1629. Al joven misionero se le abría por delante un vasto campo de trabajo, pero más en dimensiones geográficas que en densidad de población. La disparidad de los habitantes (árabes, griegos, arme– nios, además de grandes colonias de europeos) se complicaba con la diversidad de creencias religiosas que se entrecruzaban, no menos que con la disparidad de lenguas. Comprendió en seguida que era impensable cualquier trabajo apostólico sin un adecuado conocimiento del árabe, como también que más que contactos masivos -como sucedía en los países cristianos- aquí había que recurrir a las rela– ciones personales y humanas. Las dos constataciones podían termi– nar ayudándose mutuamente. Y así, en la carta de un compañero suyo misionero, nos viene presentado en su primer contacto con el nuevo campo de trabajo: «a veces visita a un turco, otras a un griego, alguna vez a un jacobita, frecuentemente a un maronita». Antes de estos encuentros el padre Agatángel se preparaba un buen discursito, según el tipo de sus posibles interlocutores, obtenien– do un doble resultado: practicaba nueva lengua y, a la vez, se ganaba la amistad o, por lo menos, la benevolencia de los habi– tantes. De hecho, al año de su llegada, ya podía predicar en árabe; había alcanzado un dominio admirable de él, no ciertamente a nivel de estilo, pero sí literal y lexicográfico, lo que le bastaba para desa– rrollar con provecho su actividad misionera diaria. De los testimonios resulta que, en esto, sobresalía entre los de– más misioneros. Se había dado prisa en pedir al gran patrono y prefecto de la misión, el padre José, un ejemplar del Thesaurus lin– guae arabicae de Giggeius, del que se había anunciado su próxima edición. El libro le llegará cuando ya no esté en Siria, y consentirá gustosamente que quede para uso de sus hermanos. Por «pericia» se puede suponer con fundamento que se le solicitara su colabora-
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