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AGATANGEL Y CASIANO 225 la mortificación. Llegado a los 15 años, formuló la petición explíci– ta de poder ingresar en el noviciado. En este momento, los padres no le ocultaron que sus planes eran otros. Con todo, que se lo pensase todavía un poco más y, mientras tanto, que continuara es– tudiando. Pasados otros dos años, no sólo había madurado la voca– ción, sino que también las circunstancias se mostraron favorables, y el joven Vasenet, con gran alegría, se dirigió al convento de An– gers, sede del noviciado capuchino. Después de pocos días el sayal sustituía sobre sus espaldas al vestido civil y el apelativo familiar se cambiaba por el de Casiano. Era el 15 de febrero de 1623. Pasadas laudablemente las pruebas del año de noviciado, fray Casiano pasó también al convento de Rennes, para completar su instrucción filosófica y teológica. Allí encontró como guía al padre Francisco de Tréguier, quien, unos años antes, había tenido por dis– cípulo a fray Agatángel de Vendome. El estudio no le creó dificultades a nuestro fray Casiano, el cual como joven atleta del espíritu, «quemó» las últimas etapas de su entusiástica carrera hacia el ideal. Apenas ordenado de sacerdote, se le presentó la ocasión de demostrar su prontitud y generosidad de ánimo. En 1631-1632 llegó la peste a Francia y Rennes fue azo– tada de modo particular. El joven ministro de Dios pidió y obtuvo formar parte del grupo de religiosos destinados a la asistencia de los apestados. «¡Quién sabe -tal vez pensó en su corazón el neosacerdote- si no ha sido acogida de repente la donación total que he hecho a Dios y a los hermanos!» ... A las misiones En el envío a las misiones de los dos capuchinos influyeron circunstancias fortuitas y deseos explícitos. En el fervor del momento -eran los años en que el padre José de Tremblay había proyectado su vasto programa misionero- era más que natural que los religiosos fervorosos se sintieran empujados a pedir ser elegidos. Respecto al padre Agatángel, sin embargo, no fue su petición personal lo que determinó su partida. Había sido destinados a Oriente dos compañeros suyos: los padres Alberto de Nantes y Valentín de Angers. En el momento de partir, Valentín

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