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224 «...el Señor me dio hermanos» vecharse también de la enseñanza de otro gran docente el padre José de París. En 1624 fray Agatángel pasó de Poitiers a Rennes para el estu– dio de la teología. De inteligencia despierta y de tenaz empeño, el joven religioso no se contentó con las disciplinas estrictamente nece– sarias para el estado elegido por él, sino que se dedicó además al estudio de otras materias útiles y, sobre todo, a las lenguas. Al año siguiente vio coronadas sus aspiraciones con la ordenación sa– cerdotal. Podemos intuir su madurez espiritual. De la científica es un documento convincente el conocimiento que había conseguido de cinco idiomas. El hijo del comerciante Uno de los primeros conventos que los capuchinos tuvieron en Francia fue el de Nantes, capital del departamento del Loira Atlán– tico, situada en el amplio estuario del mismo Loira; ciudad que ha– bía adquirido una notable importancia comercial debido a las rela– ciones con las Américas y la India. Esta es la razón por la que, un día, llegó a ella una familia de portugueses, dedicada justamente al negocio: los esposos Juan López-Neto y Guida de Almeras. Aquí vieron pronto alegrarse su unión por el nacimiento de un segundo hijo, que vino a la luz, gemelo con una hermana, el 15 de enero de 1607. La familia era de profundas convicciones religio– sas y ofrecieron a sus hijos una educación esmerada. No extraña, pues, que el niño, a quien se le impuso el nombre de Gonzalo, aunque en la jerga familiar le llamaban Vasenet, apenas pudo, co– menzó a frecuentar el no lejano convento de los capuchinos. Para el estudio había encontrado un ambiente y maestro cualificados en el colegio de San Clemente, dirigido por el clero. A los 9 años, no sin titubeos, hizo una petición al superior de los religiosos: ¿por qué no podía también él, aunque todavía tan pequeño, vivir con los frailes? Fue una manera de indicar el germen de vocación que ya albergaba en su corazón inocente. Con– tinuó estudiando y adiestrándose en la práctica de la virtud y de

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