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Beatos mártires Agatángel y Casiano Un intento ecuménico truncado Cassiano de Langasco No se pueden separar -ni en el culto ni en el recuerdo- los beatos Agatángel de Vendome y Casiano de Nantes, quienes, por caminos diferentes, llegaron a un campo común de trabajo apostóli– co y rubricaron, con su sangre, su testimonio extremo por Cristo. En el breve período de vida de ambos -40 años uno, 31 el otro- se pueden distinguir claramente dos vertientes. La primera, la que vio el abrirse de su vocación a la vida reli– giosa, pertenece a un momento particularmente privilegiado para la Orden de la que se convirtieron en gloria. Es la época de oro en la que el fuerte retoño del árbol franciscano, definitivamente supe– radas las vicisitudes sufridas en su despuntar y en su afirmarse, al– canza su personalidad plena y realiza el gran salto de una expansión incontenible y de disponibilidad total para el trabajo misionero. Los capuchinos suscitan por todas partes una incondicional admiración y atraen a sus filas a jóvenes generosos y ardorosos que, más allá de los límites inevitables de la debilidad humana, saben encarnar excepcionales ejemplos de santidad y apostolado. «Entre vosotros, capuchinos ... , resplandece una irresistible austeridad de vida... , sen– cillas costumbres, una fragantísima caridad», les apostrofaba el mi– norita Paolo Brizio da Bra, en 1617. La otra vertiente se encuentra en el centro de una prometedora estación misional. Trazado con una visión de largo alcance, aunque mezclado con la grandeur nacionalista, por el genial padre José Le– clerc de Tremblay de París (m. 1638), está en pleno desarrollo un proyecto que, en contacto con las experiencias, se va poco a poco asentando, galvanizando el sueño, nunca apagado en el corazón
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