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MARIA ANGELA ASTORCH 217 lo, correría por cuenta suya el llevar a término la fundación de un convento de capuchinas en esta ciudad. Vencidas las dificulta– des, se logró la cédula real de 3 de diciembre de 1644 que autoriza– ba la erección del monasterio de la Exaltación del Santísimo Sacra– mento. El 9 de junio de 1645 partía de Zaragoza María Angela con otras cuatro religiosas. Al cabo de un viaje sembrado de peripecias, llegaron a destino el 28 del mismo mes. Al día siguiente, fiesta de San Pedro, fue la solemne inauguración del monasterio y la entrada en clausura. La primera preocupación de la fundadora fue encauzar debida– mente la nueva comunidad, atendiendo sobre todo a la formación de las jóvenes, que no tardaron en afluir en buen número. No faltaron pruebas sensibles en aquellos primeros años. La primera fue la gran epidemia del año 1648: la ciudad quedó casi despoblada; las víctimas fueron, al decir de un autor, más de 24.000 en toda la comarca. El contagio hizo presa en la comunidad; y se debió a la oración confiada e insistente de la santa abadesa el que no muriera ninguna de las religiosas. Pero se hubo de lamentar la muerte de uno de los donados agregados al convento. La otra prueba, más penosa, fue la inundación del 14 de octu– bre de 1651, la más desastrosa que recuerdan los anales de Murcia. En total quedaron arrasados más de doscientos edificios; los muer– tos pasaron de dos mil. El convento de las capuchinas se hallaba en la parte más elevada del casco urbano, pero de nada sirvió. En vista de que las aguas habían llenado la iglesia y todas las depen– dencias de la planta baja, subiendo siempre de nivel, optaron por abandonar la clausura, después de sumir las especies sacramentales, lanzándose a través de la corriente para ganar el próximo colegio de la Compañía. Estaban aún en el zaguán de éste, cuando oyeron el estruendo de la iglesia de su convento, que se vino abajo, per– diéndose cuanto había en ella y en la sacristía. Pasaron trece meses en una residencia de verano que los jesui– tas les cedieron generosamente en la montaña de Las Ermitas. Ha– llaron el convento en pésimas condiciones todavía. Y, cuando se planeaba la nueva obra, una segunda inundación, el 7 de noviembre de 1653, las obligó a regresar a Las Ermitas.

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