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214 «...el Señor me dio hermanos» Iglesia, fundada por El en la cruz. Es la Iglesia la que nos aplica los frutos de la sangre de Cristo. María Angela se considera «incor– porada dentro de los profundos tesoros» de la Iglesia y mira el convento fundado por ella en Murcia unido a la Iglesia universal, «árbol plantado en la heredad de la Iglesia». Anhela por el día en que no haya más que un solo redil y un solo Pastor, «un solo pueblo, puro y santo, todos del linaje real de Dios». Irradiación a través de la reja conventual La caridad apostólica de María Angela corría parejas con su amor encendido al divino Esposo y con su solicitud entrañable por las hermanas puestas a su cuidado. Se sentía «hermana y madre de todos los fieles». Desde el encierro de los muros conventuales, ardía en ansias de prodigarse en bien de todos los redimidos. «Dios eterno -oraba-, que infundís este afecto y ansia interior en mi espíritu por la salvación de los fieles: ¡oh, si me fuera posible obrar en los corazones de todos!... Decidles que un alma penada y ansio– sa de su bien se deshace en ansias de sus medros y de que os conoz– can, sujeten y amen». Echaba mano constantemente de los medios al alcance de una religiosa contemplativa: la oración, la penitencia, el amor redoblado al Señor para compensarle de las ofensas y del desamor de los hom– bres. Pero, sin pretenderlo, hubo de experimentar que, como ha dicho Jesús, la luz no se enciende para que quede oculta bajo el celemín, sino para que alumbre. No tardaron en trascender fuera los dones superiores que la adornaban: la santidad de vida, su don de consejo y aun la eficacia excepcional de su intercesión. Ella hu– biera querido seguir ignorada en el encierro claustral, pero sus con– fesores le apremiaban a no negarse al reclamo de la caridad. Y hu– bo de prodigar su tiempo con las personas de toda clase social que acudían a ella en busca de consejo, de consuelo y de orientación en la vida. Se sabe nominalmente de hombres y mujeres de familias destacadas que fueron verdaderos «hijos espirituales» suyos y de pre– lados eminentes que mantuvieron con ella comunicación espiritual, entre éstos el cardenal Trivulzio, virrey de Aragón, el obispo de

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