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MARIA ANGELA ASTORCH 213 conocidas apariciones a santa Margarita María de Alacoque. «Es mi blanco - escribe- ; lo amo apasionadamente» . Y lo saluda: «mi incomparable tesoro, toda mi riqueza, única esperanza cierta de to– do lo que espero, claridad y sosiego de mis dudas, aliento de mis ahogos, centro íntimo de mi alma, propiciatorio de oro de mi espí– ritu ..., escuela y cátedra donde leo ciencia y finezas de tu inmensa caridad... ». «¡Qué gran tesoro y dicha es ser hija de la Iglesia!» En un siglo en que la espiritualidad católica se desenvolvía casi al margen de la liturgia y en que, incluso la teología, veía en la Iglesia únicamente la institución visible, María Angela puede ser con– siderada como una verdadera excepción. Fue su misma intuición mís– tica, guiada por la Palabra de Dios, la que la llevó a vivir en forma excepcional el misterio de la Iglesia. Se siente profundamente deudora a la bondad divina por el be– neficio de ser hija de la Iglesia, experimenta, aun en visión, el calor del regazo maternal de la esposa de Cristo, se esfuerza por formar a las religiosas en la conciencia gozosa de ser hijas de la Iglesia, en la oración insistente por las necesidades de la Iglesia. Se siente unida en estrecho parentesco con todos los fieles, a quienes llama reiteradamente «mis hermanos»; ella misma siente en– trañas maternales para con todos los redimidos: ¡«Oh, quién pudie– ra ser madre de todos ellos!» . Desearía «ponerlos a todos dentro del Corazón de Cristo». Comparte el dolor de la Iglesia por los hijos separados de ella: los malos católicos, los herejes. No sabe cómo corresponder a tanto como le viene comunicado por mediación de la Iglesia, en especial los «misterios» y las «verda– des» que ella nos propone. Fue ésta la razón fundamental que la impulsó a tomar con apasionamiento el aprendizaje del latín: «en– tender los misterios en la propia lengua en que nuestra madre la Iglesia nos los propone». No es sólo un adherirse al magisterio de la Iglesia con docilidad de fe, sino un «sujetar y cautivar mi juicio, saber y sentir a mi madre la Iglesia católica romana», hasta ofren– dar la vida en su defensa si fuera necesario. Medita con frecuencia en la unión esponsal de Cristo con la

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