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MARIA ANGELA DE ASTORCH 211 beatísima Trinidad, uniéndolas y poniéndolas en el incensario de oro del Corazón de Cristo, mi Señor». El coro conventual era el lugar privilegiado del encuentro con Dios y consigo misma. «En él tengo mi oración -escribe- y, por la mayor parte, todos mis mejores empleos así de noche como de día. Es el puesto en donde más misericordias recibo ... » No obstante la importancia que tenía en su espiritualidad el Oficio divino, el verdadero centro vital era el misterio eucarístico. Ponía esmero particular en la participación activa de la comunidad en la santa Misa. Siendo abadesa obtuvo para todas las religiosas la licencia para poder recibir la comunión diariamente. «Cuando su Majestad se encierra a solas con mi alma» Las páginas más espléndidas de las cuentas de espíritu de María Angela son aquéllas en que lucha por hallar un vehículo de expre– sión a lo que ella experimenta en las horas inefables de lo que llama «cerrado silencio interior», «silencio hablador», «íntima posesión y dulzura interior», «cercanidad divina»... Es una contemplación quieta y gozosa, por lo general, pero a veces vehemente. Cuando Dios quiere disponerla a una merced particular le «lle– na el espíritu de un temple humilde y suave», que redunda en los sentidos. Y esto aun durante el día, esté donde esté. Es corno un «respirar en Dios» aun en medio de las ocupaciones externas. Bajo la luz infusa, que la envuelve y la penetra, se siente «cogida», «ro– bada», «poseída» por Dios, a merced de operaciones íntimas que la aligeran y la transforman. A veces las recibe como «hablas pode– rosísimas» que producen lo que significan, porque «el decir de Dios es obrar». El punto de partida son siempre las ideas y los sentimientos que suscita en su alma la liturgia del día. Cualquier domingo del año le hace vivir, por ejemplo, la «festiva resurrección>:• del Señor. Pero no todo son consuelos y enajenaciones amorosas. Con fre– cuencia ha de experimentar la «enfermedad de ausencia», cuando el Amado se retira. Escribe muy expresivamente en 1636: «La espe– cial presencia y asistencia de su Majestad, tan dulce y familiar, se
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