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210 «...el Señor me dio hermanos» La mística del breviario Los sacerdotes que trataron a María Angela en Zaragoza y en Murcia quedaban intrigados por su conocimiento carismático de la sagrada Escritura, de los santos Padres y de la lengua latina. El arzobispo de Zaragoza se creyó en la obligación de designar una comisión de cinco examinadores para averiguar hasta dónde era «in– fuso» semejante fenómeno; le hicieron toda clase de pruebas a base de citas latinas, y ella fue indicando con precisión libro y capítulo de la Biblia o el escrito patrístico donde se hallaban. Quedaron asi– mismo sorprendidos al saber que, en la sala de labor, leía a las religiosas en latín el libro Vitae Patrum -vidas de los padres del yermo- traduciéndolo luego y explicándolo puntualmente. Parecido examen harían más tarde en Murcia el deán y un canónigo de aque– lla diócesis. El breviario fue siempre la base de sus ascensiones místicas; la sagrada Escritura le ofrecía las expresiones más adecuadas para sus sentimientos íntimos, brotados bajo la acción de la luz contem– plativa. Su piedad era eminentemente litúrgica. El versículo de un salmo, la lectura de un nocturno, un responsorio, una antífona, bas– taban para transportarla al plano de las experiencias unitivas. Estas, con todo, no le impedían seguir el movimiento del rezo con absolu– ta fidelidad e intervenir al punto cuando se cometía algún error en las rúbricas. Escribe en 1624: «Me acontece muchas veces que, can– tando los salmos, me comunica su Majestad, por efectos interiores, lo propio que voy cantando, de modo que puedo decir con verdad que canto los efectos interiores de mi espíritu y no la composición y versos de los salmos». Dios mismo se costituía en «maestro y declarador de su Palabra». Le gustaba considerar la Iglesia de la tierra y la del cielo unidas en la misma liturgia de alabanza. En la fiesta del Angel de la Guar– da de 1642 experimentó un «parentesco cercano» con los ángeles y bienaventurados y se sintió movida a lanzar un «desafío» a los moradores de la Jerusa.lén celestial: «Como moradora que soy de la Iglesia militante, tengo que cantar las alabanzas divinas con pure– za y alegría de corazón..., y de todas hacer unos perfumes a la
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