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206 «...el Sefior me dio hermanos» Apenas concluído el año canónico, el 8 de septiembre de 1609, sor María Angela emitió su profesión. Continuó su formación como joven profesa, siempre bajo la guía de su hermana Isabel, ahora nombrada «maestra de jóvenes», y bajo la dirección espiritual del buen mosen Martín García. Siempre recordará aquellos años felices en que vivió de continuo en un ansia incontenible de Dios, dándose sin trabas a la lectura y a los ejercicios de humildad y de mortifica– ción. Con su hermana y con otras dos compañeras hizo un pacto de «hermandad muy íntima y de desafío», bella porfía de generosi– dad, en que no faltaba la rigurosa corrección recíproca acompañada de eficaces reparaciones en privado y en público. Todo se hacía bajo el control paternal del anciano confesor, atento a moderar lo que pudiera haber de excesivo en aquellos fer– vores juveniles. No dudó en concederles dos días más de comunión semanal sobre los que tenía la comunidad, satisfecho como estaba del adelanto espiritual de las tres. He aquí cómo recuerda, en su lenguaje siempre expresivo, los goces de su espíritu, especialmente en la contemplación bíblica: «En este tiempo era mi alma un remedo de mariposa, de noche y de día, ardiendo en fuego vivo y sed insaciable en busca de mi Dios... Sólo le hacía ausencia el tiempo que tomaba del sueño; y éste lo tomaba tan sobrelevantada que, apenas despertaba, cuando ya me sentía llamada y solicitada de mi divino Señor con lugares particulares de la Escritura, Evangelio y Cantares. .. Gozaba de gran paz y tranquilidad interior en el cantar los divinos oficios. Tenía mu– chísimas inteligencias de lo que decían muchísimos lugares y versos...» Y dice cómo sufrió al prohibirle el confesor poner atención a esas inteligencias durante el recitado coral, así como el decir o can– tar versículos fuera del coro, como lo venía haciendo durante las labores. No contenta con las lecturas bíblicas del Breviario, se pro– puso leer la Biblia entera, en latín, desde la primera página del Gé– nesis. Durante dos años tuvo el cargo de sacristana y el de «correc– tora de coro», ya que ninguna otra se hallaba mejor preparada para velar por la fidelidad a las rúbricas y la recta lectura de los textos latinos. Además, y no obstante su corta edad, fue elegida sexta dis– creta, es decir una de las ocho consejeras que prescribe la regla de santa Clara.

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