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204 «...el Señor me dio hermanos» consigo los seis tomos del Breviario, que se había hecho comprar previamente. Se hallaba ya entonces familiarizada con los latines de la oración oficial de la Iglesia, que será en adelante su alimento espiritual y su consuelo. Toda su gloria era verse rodeada de libros en latín. Niña como era, se entretenía a veces amontonando los bre– viarios y diurnales, que las hermanas tenían en el coro. Quedó des– consolada el día que le quitaron los tomos de su Breviario; el confe– sor hizo que le quitaran todos los libros en latín, y le prohibió ser– virse de textos bíblicos y litúrgicos en esta lengua cuando platicaba con él en el confesionario. Lo sorprendente era la propiedad con que los aplicaba y el conocimiento que demostraba de la lengua litúrgica. Cinco años hubo de pasar en calidad de aspirante, pero en régi– men de noviciado. El 7 de septiembre de 1608 dio comienzo al año canónico de prueba bajo la dirección de su hermana sor Isabel, nom– brada por la fundadora en sustitución de la maestra anterior. «La primavera de mi espíritu», llama aquel tiempo de intensidad contem– plativa y ascética, para el que tomó como abogado y guía al evange– lista san Juan. Ella misma nos ha dejado un esbozo de los sensatos criterios formativos de su santa hermana; inculcaba la responsabili– dad personal: cada novicia había de llegar a ser «maestra de sí mis– ma». Lejos de mimar a su hermanita, se mostró con ella calculada– mente seca y hasta huidiza. Esto y las tentaciones y pruebas de espí– ritu que la afligieron en ese año la ayudaron a madurar internamen– te. Entre otras molestias del enemigo, una fue la tentación de pasarse a otra Orden de ritmo más monacal y solemne, «para vacar más libremente a la oración y lectura de libros espirituales». Por su cultura superior y su madurez, fue encargada de instruir a sus compañeras de noviciado. Y esto también le atrajo su dosis de mortificación; la apodaban la «maestrita». La vida de la fundadora, Madre Angela Serafina, tocaba a su fin. El 15 de diciembre de 1608 reunió por última vez la comunidad en capítulo; en él propuso a votación la admisión de sor María Angela a la profesión; no quería morir sin estar segura del futuro de su novicia predilecta, de la que tanto esperaba. Ese mismo día hubo de guardar cama y el 24 de diciembre expiraba santamente entre el llanto de todas.
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