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MARIA LORENZA LONGO 9 Ya desde los primeros encuentros, san Cayetano había asumido la dirección espiritual de María Longo, a la que su Orden había reci– bido como «honorable hermana y madre en Cristo» . Las dos almas, ambas dispuestas a la contemplación y al servicio del prójimo, se comprendieron plenamente. Al santo director María Lorenza mani– festó su proyecto, tanto tiempo acariciado: terminar sus días fundan– do un monasterio de clausura. San Cayetano debió decir que tal pro– yecto le parecía de inspiración divina y que se podía llevar adelante. Pero, precisamente, en aquel período el hospital atravesaba un momento crítico; debido a su rápido desarrollo , favorecido por la amplitud de los locales, a los cientos de enfermos se mezclaban no sólo personas deseosas de servirlos, sino también gente que se apro– vechaba, agitadores de todo tipo, entre los que no faltaban clérigos y religiosos vagabundos. El prestigio moral de la fundadora logra– ba, en cierto modo, superar estos inconvenientes. ¿Qué hubiese su– cedido si ella se hubiese alejado? ¿No debía permanecer en la bre– cha en aquella lucha cotidiana? A sus pretensiones se añadía el ardiente deseo de su amiga, María Ajerbo, duquesa de Termoli, de seguirla para participar con ella en la vida de clausura, abandonando también ella el hospital. El problema se presentaba complejo y la prudente humildad de san Cayetano creyó oportuno someter el caso al experto Giampietro Carafa. En una carta, fechada el 18 de enero de 1534, llegaba la res– puesta firme y decidida: «Con respecto a aquellas dos religiosas mu– jeres, estoy de acuerdo contigo en que del servicio a aquellos pobres enfermos se eleven a cosas mejores y más perfectas; y, así como llegaron a acoger a Cristo en sus pobres, de la misma manera lo acojan a El en persona. Escuchen a El que habla así de la soberbia humana y de la búsqueda fraudulenta: las zorras tienen sus cuevas, los pájaros del cielo, sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. ¿Acaso podrá el Señor Jesús reclinar su cabeza donde se da asilo a glotones vagabundos, a impíos desertores de la sagrada religión, a perversos apóstatas?.. . ¿Es posible que un hospicio que acoge tanta canalla pueda acoger a Cristo? Dirás tú, por tanto, oh carísimo hermano, a aquellas devotas hermanas en Cristo: ¿Por qué buscáis un vivo entre los muertos? Dejad que los
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