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FIDEL DE SIGMARINGEN 193 miga del pueblo, las insidias de los predicadores y privaciones de todo género. Un testigo ocular, el conde de Sultz, en el proceso de beatificación de Milán, evocó la actividad del padre Fidel, que «hizo todo lo posible, tanto con predicaciones públicas como en conversaciones privadas y con el ejemplo de vida santa, para propa– gar nuestra fe, convertir a los herejes, sostener a los católicos, espe– cialmente a los soldados, a los que exhortaba siempre a la virtud y al celo de la fe católica romana». El 15 de enero de 1662, se estipuló el tratado de Milán; así los Grisones, después de la ocupación austríaco-española, pactaron con el archiduque Leopoldo V del Tirol, concediéndole ocho distri– tos, la Engadina Inferior y Val de Munster. Entre tanto en Roma, el padre Ignacio de Casnigo informaba al papa Gregorio XV de la situación de los misioneros capuchinos entre los Grisones; infor– mó también a la recientemente proyectada congregación de Propa– ganda Pide. Esta fue la que no sólo confirmó la presencia de los misioneros capuchinos en Retia, sino que quiso extenderla, especial– mente al territorio alemán. Encomendó este cometido al padre Fidel que, por este motivo, es considerado como el primer misionero en– viado por la congregación romana de Propaganda. Entre las rocas y nieves del Prattigau El misionero de Sigmaringen entró en el abrupto valle de Prat– tigau (Prettigovia), entre una gente obstinadamente rebelde y fanáti– ca, defensora de las ideas luteranas. Era el invierno de 1622. Se dirigió allí -asegura Andrés de Micheli, testigo en el proceso infor– mativo de Milán- con «gran alegría y... sumo gusto». Entre nieves y vientos heladores, predicó, catequizó, administró sacramentos, mo– viéndose en aquellos lugares alpestres y salvajes, entre pueblos tur– bulentos y hostiles a la predicación católica. Otro testigo en el proceso de Milán, Juan Jorge Bitterle, precisa: «Estando yo en los antedichos lugares oí a muchos que el padre Fidel trabajó denodadamente y convirtió muchos herejes a nuestra santa fe». Su compañero de apostolado, el padre Juan de Kruewan– gen, en el proceso de Coira, declaró todo lo que él había visto
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