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FIDEL DE SIGMARINGEN 191 Cuando los soldados austríacos acamparon a las puertas de la ciudad de Feldkirch, decididos a ocupar la Retia, y fueron atacados por la peste, la «fiebre húngara», el capuchino Roy iba varias veces al día a su campamento, dispuesto a ayudarlos, confortarlos, admi– nistrarles los sacramentos, inclinado sobre sus improvisados lechos, entre hedores insoportables, y les decía palabras de consuelo y de fe, incluso a los que no eran católicos. De esta manera atrajo a muchos al seno de la Iglesia católica. Enfermero de los cuerpos y de las almas. Cuando estas tropas penetraron en Retia, pidieron al padre Fi– del que les siguiera para ser su pastor, ya que sabía cuatro idiomas: latín, alemán, francés e italiano. Se hizo amigo de los encarcelados de Feldkirch; les ayudaba a aceptar la justicia; intercedía ante los magistrados para obtener la liberación de algunos, que devolvía a la libertad bajo su palabra de honor. Benedicto XIV dio firmes pinceladas para un retrato del padre Fidel fuera del convento. «Abrazando a todos los necesitados en su corazón de padre -escribe en la bula Vinea electa- sustentaba a multitud de pobres con limosnas recogidas acá y allá; aliviaba la desolación de los huérfanos y las viudas, proporcionándoles ayu– da de los poderosos y de los príncipes; no cesaba de ayudar a los encarcelados con todos los auxilios posibles, materiales y espiritua– les; visitaba con frecuencia a los enfermos, animándolos, reconci– liándolos con Dios, preparándolos para el último combate». Uno de los testigos en el proceso de Coira sintetizó su vida con estas palabras: «nadie recuerda que hubiese nunca en Felkirch predicador semejante; que el mencionado siervo de Dios ... desempe– ñó su ministerio con gran celo y en todo se comportó de tal manera que nos dejó convencidos de que nada le era más grato que promo– ver la gloria de Dios y de los santos, su propia salud espiritual y la del prójimo, la propagación de la fe, la expansión de la Igle– sia». En resumen, un apóstol sin descanso, todo amor para buenos y malos, para soldados y religiosos, dentro y fuera del convento.
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