BCCCAP00000000000000000001625

8 «...el Señor me dio hermanos» Estas dos circunstancias, para un alma abierta a los requeri– mientos divinos, como la de María Lorenza, fueron determinantes. Decidió entonces consagrar el resto de su vida a la fundación de un monasterio de clarisas, que llevase a cabo, en la rama femenina franciscana, una reforma paralela a la de los capuchinos. Las dificultades que se interpusieron no debieron ser pocas, pues se necesitaron años para superarlas. Piénsese solamente a la inextri– cable confusión en la que se debatían entonces los capuchinos. Tres años más tarde, la Providencia mandaba a Nápoles a san Cayetano Thiene. Cuando a fines de agosto de 1533 llegaron los primeros teatinos, Thiene y Marinoni no se dirigieron a otro sino a María Longo. Carafa había escrito a su hermana dominica de confiarlos a la hospitalidad de «Madama Longa», de quien más tar– de dio este elocuente testimonio: «De un principio los hemos enco– mendado a las manos de V.S. sin pensar en ningún otro, amigo o pariente, ...y yo he comprobado que mi fe no ha sido vana, por– que V.S. no ha recibido a los dichos hermanos como hombres en– viados por hombres, sino como santos ángeles mandados por la Ma– gestad de Dios, y los ha tratado luego con gran caridad, que supera todo nuestro agradecimiento y opinión». En efecto María Longo reconoció a los padres teatinos como hombres enviados por Dios, y supo cuidadosamente conservarlos en Nápoles. Y así, cuando ellos, pasados seis meses, decidieron volver a Venecia, por no faltar a una regla fundamental del Instituto, fue ella la que impidió su partida. Conocía ella muy bien el valor de la pobreza en la vida religiosa, por lo que acogió en el hospital a los padres cuando abandonaron su primera residencia en Nápoles, a fin de no verse obligados a aceptar dinero de las rentas del conde de Oppido. De marzo a julio de 1534 los teatinos estuvieron alojados en sta. María del Pueblo, de donde pasaron a unas casas poco distan– tes, que María Lorenza les había procurado. Santa María de la Stalleta, como se llamó esta tercera residencia de los teatinos, po– bre, simple, que permitía una libre acción pastoral en medio al pue– blo, disuadió a Carafa _de obligarles a retornar a Venecia. S. Caye– tano erigió la iglesita soñada, campo predilecto de su ministerio sacerdotal.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz