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MARIA LORENZA LONGO 7 Profundis por los muertos, una hora después del Angelus de la tar– de, costumbre que se difundió en la ciudad de Nápoles y en muchas ciudades y naciones católicas, que Gregario XIII más tarde indul– genció. Hacia la vida contemplativa En septiembre de 1529 el cardenal Pompeo Colonna, lugarte– niente general del virrey, príncipe de Orange, permitía a los ca– puchinos introducir su reforma en Nápoles. Algunos meses más tarde llegaron los primeros frailes, mandados por Ludovico de Fos– sombrone, y se dirigieron, como a un punto seguro de apoyo, a santa María del Pueblo, donde los acogió la misma fundadora y gobernante, María Lorenza Longo. «Ella fue la primera -atestigua Bellintani- en aceptar a los capuchinos en Nápoles y con su influencia logró que pudieran tener el lugar de san Efrén. Pero, mientras tanto, los recogió en el hospi– tal de los incurables. Y después, cuando se encontraron en tribula– ciones, no pequeña ayuda les dio ante Carlos V, el cual, teniendo conocimiento de la santidad y calidad de esta mujer, mucho la esti– maba y hacía caso de sus palabras. Lo mismo hizo ella con Pablo III. Todo lo cual fue motivo para que ellos aceptaran el cuidado del monasterio de las monjas que ella edificó, como se dirá». Esta información es sumamente preciosa, aunque dada su bre– vedad, hace desear otros datos y particulares necesarios para cono– cer exactamente el papel desempeñado por María Longo en los tor– mentosos comienzos de la reforma capuchina. Por cuanto sabemos, sin embargo, podemos deducir que ella puede con justicia ser colo– cada al lado de Catalina Cibo y Victoria Colonna en la defensa y protección de nuestros primeros frailes. Estamos en 1530, cuando llegan a Nápoles los capuchinos y María Lorenza, acogiéndolos en el hospital y procurándoles después el convento de san Efrén Antiguo, tiene la ocasión de conocerlos de cerca, de escucharlos y de entrar en su órbita espiritual. Aquel mismo año, sor María Carafa, hermana de Giampietro, cofundador de los teatinos, inicia la reforma de las hermanas dominicas en el monasterio de la Sabiduría en Nápoles, abandonado por las clarisas.
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