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174 «...el Señor me dio hermanos» estar tuberculoso; su cara era macilenta, la vista gastada; arrastraba una continua debilidad de estómago, con inapetencia y decaimien– tos . También desde joven padecía unas fastidiosas y purulentas heri– das en las piernas; tuvo que someterse quince veces a operaciones de hernia; .tenía los riñones tan tocados que frecuentes cólicos lo ponían en trance de muerte. Durante una predicación en Croce di Camerino padeció un derrame intestinal. Fue un auténtico tormento del que solía decir: «En Croce (Cruz) el Señor me dio de verdad la cruz». Todo se debió a que estuvo hospedado en un desván tan malsano que era un martirio pasar en él una sola noche. Con todo, no se preocupaba mucho de médicos y medicinas; confiaba sólo en el Señor y la Virgen desde que sintió su protección durante el noviciado. Al obispo de Cagli que, compadeciéndolo, le pedía que tuviera un poco de miramiento y mitigase sus asperezas, respondió con su estilo peculiar: «¡Sería vergonzoso conceder la victoria a la carne!». Era difícil superarlo en la pobreza. No tenía ni un libro en su celda; sus enseres se reducían al breviario, al crucifijo, a una imagen de la Virgen, un taburete, un colchón de paja como lecho -cuando no usaba la desnuda tabla- y una o dos mantas en in– vierno. Vestía siempre un hábito viejo y remendado; tenía un solo par de sandalias. Cuando se desplazaba para sus frecuentes predicaciones, iba siem– pre descalzo. Durante los viajes, el alivio era sólo para su com– pañero. El no se concedía más que lo estrictamente necesario. Una tarde de invierno salió de Senigallia y llegó al convento de Fano. En cuanto pisó el umbral, aterido de frío, se desplomó a tierra in– consciente. Tuvieron que llevarlo a la enfermería, más muerto que vivo. Los religiosos se afanaron con toda clase de remedios para ·que volviera en sí, y lo consiguieron; luego lo dejaron descansar. Pero, llegada la hora de maitines, se fue al coro con los demás, y allí permaneció hasta el final de la meditación, con estupor de todos los presentes. Estaba bien entrenado para soportar el dolor. Una vez, sin em– bargo, en las cercanías de Cagli, se cayó en un paraje lleno de espi– nas y se hirió tan seriamente que tuvo que guardar cama durante varios días, dolorido y con las piernas hinchadas. Y como se le

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