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BENITO DE URBINO 169 En Bohemia: casi un paréntesis La vida de Benito podía ya transcurrir tranquila en una de tan– tas fraternidades capuchinas de las Marcas . Sin embargo, en la primavera del año 1600, terminada la predicación cuaresmal en Colbordolo, partió como misionero a tierras del Imperio de los Habs– burgo. Aunque no había pedido ser enviado, estaba presto para la marcha. El arzobispo de Praga, preocupado por los avances del protes– tantismo, había pedido al papa Clemente VIII el envío de misione– ros capuchinos. La petición iba refrendada por el mismo emperador Rodolfo 11. Al capítulo general de 1599 no le quedaba más que aceptar la invitación. Benito fue uno de los trece capuchinos que, bajo la dirección de san Lorenzo de Brindis, atravesaron los Alpes. El pequeño grupo de frailes llevaba el encargo de apuntalar la fe católica e implantar la Orden capuchina en Bohemia. ¿Por qué razón fue elegido el pa– dre Benito? Se necesitaba hombres ejemplares y capaces, y el padre general, Jerónimo de Castelferretti, también marquesano, lo conocía perfectamente y lo juzgó idóneo para la difícil empresa. Junto con él fueron otros cuatro capuchinos picenos: el padre Ambrosio de Urbino, Félix de Cingoli, Francisco de Ascoli y el hermano Angel de Montefano. La misión en Bohemia fue dura y heroica. El 7 de noviembre de 1601 escribía el padre Benito una carta desde Viena a un herma– no suyo que llevaba el mismo nombre. Le manifestaba las dificulta– des encontradas, entre las que nombra su escaso conocimiento de la lengua. Compañero inseparable de san Lorenzo y sumiso a la más mínima indicación, soportó muchas vejaciones de parte de los herejes que lo odiaban a muerte. No obstante, estaba dispuesto a consagrarse a la conversión de los protestantes para el resto de su vida; pero al final del trienio (1602), los superiores decidieron hacer– le regresar a su Marca de Ancona.
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