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6 « ... el Señor me dio hermanos» menzados en 1520, y dentro de dicho hospital esta mujer hizo su habitación». Una memoria manuscrita de los orígenes pinta su forma de vi– da en el hospital y evoca la imagen de un hecho ejemplar que tiene todo el candor de una escena cotidiana en familia, en la que María Lorenza realiza el típico humilde servicio de una mamá en casa. Cuando los Blancos se trasladaron a santa María del Pueblo, adap– tando los locales de la nueva residencia, «edificaron y acomodaron una sala y construyeron una escalera para subir hasta ella desde donde se entraba a las habitaciones de la señora Longa, la cual bajaba por dicha escalera a servir a los hermanos cuando tenían que ir o volvían de 'la Justicia', tomaba sus vestidos sucios y se los devolvía limpios y hacía lavar, coser y acomodar toda la vesti– menta y calzado de los hermanos». Bellintani ensacha su visual al describir la actividad hospitalaria de María Longo: «Estando ella al frente del gobierno de aquel hos– pital ejercitaba la caridad con los enfermos, y la prudencia y dili– gencia en ordenar la casa y practicaba las virtudes cristianas como la humUdad, el ayuno y la oración. Se despreciaba a sí misma y era disponible al servicio de los demás como una sierva, sirviendo personalmente a los enfermos, principalmente a los más graves, ex– hortando y consolando a todos. Era en esto tan diligente y eficaz que los pobres enfermos se sentían muy confortados y consolados, y algunos de ellos, aún después de muerta, soñaban que ella los visitaba y consolaba, y se sentían confortados, como si hubiese ocu– rrido en estado de vigilia y el caso hubiese sido real». ¡Magnífico recuerdo de los enfermos, que sueñan y experimentan en el sueño como un hecho real, el bálsamo eficaz de la visita materna, la figu– ra dulce y acariciante de «María Longa» después de su muerte! «La Señora Longa -anotaba el cronista Passero- gobernó di– cho hospital, y con sus propias manos, siempre lo ha servido y lo sirve de continuo, no ahorrando fatigas, y se abastece parte de li– mosnas y parte con sus haberes propios. Pero, quien no ha visto el servicio que esta mujer ha prestado y presta, no lo creerá». Los biógrafos no se cansan de referir, admirados, conmoventes episodios de la asistencia caritativa de María Lorenza. Entre otros, recuerdan la costumbre, introducida por ella, de hacer tocar el De

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