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166 « ... el Señor me dio hermanos» ve horas al estudio, frecuentaba diariamente la santa misa y era asiduo a muchas devociones; confesaba y comulgaba con frecuencia . y, además, pasaba todas las tardes por lo menos una hora leyendo libros devotos o la Sagrada Escritura. Juventud limpia y sensibilidad religiosa, carácter y educación sintonizaban en él armoniosamente. Así se preparaba como buena tierra a la llamada de Dios. Conseguido el ansiado título de doctor, probada con disgusto la vida romana precisamente en los círculos eclesiásticos, eligió la vida de los capuchinos, que era como el más reciente grito de la vitalidad franciscana. No le fue fácil entrar en el convento. Tuvo que esperar casi un año, sorteando muchas oposiciones. No tuvo más remedio que apelar a su fe: pidió a Dios que lo iluminase y se consagró a una vida austera. Se extrañó completamente del mundo; pasaba más y más horas delante del Santísimo; ayunaba frecuentísimamente; a ve– ces sólo se alimentaba de pan. El mismo confesó más tarde con toda sencillez que «se veía obligado a pedir a la Virgen que le con– cediese la gracia de alimentarse un poco más». Muy débil físicamente, de apariencia quebradiza, Marcos era, sin embargo por temperamento, un «hombre de acero» al decir de su primer biógrafo. Poseía la misma fuerza de la noble estirpe de los Passionei, que había impulsado ya a su más famoso antecesor, Pablo, mayordomo de Federico de Montefeltro y que sostenía tam– bién a su hermano mayor -llamado igualmente Pablo-- y que ha– bía elegido la carrera militar de los caballeros de Malta, entre quie– nes descollaba en la lucha contra los turcos. El ministro provincial le opuso diferentes reparos, basándolos en hechos concretos: estaba demasiado delgado y macilento, padecía del estómago; era de vista defectuosa; le desagradaría aceptarlo por algún tiempo y tener que despedirlo después. Se trató su caso en el capítulo provincial tenido en el convento de San Elpidio durante la primavera de 1584. Y el nuevo padre provincial, padre Diego de Pietrarubbia, por decisión capitular, lo admitió al noviciado de «Santa Cristina» en Fano, a primeros de mayo del mismo año. Marcos recibió la noticia y la obediencia mientras se encontra– ba en una calle de Fossombrone. Experimentó una alegría tan in– mensa que -él siempre tan comedido- maravilló a todos los pre-
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