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156 «...el Señor me dio hermanos» futuro Papa Gregario XV) intervino ante Candia Lomellina para buscar un acuerdo entre españoles y piamonteses, aunque el intento falló a causa de los últimos. Ahora, a principios de 1618, recibía la orden de dirigirse a Mi– lán para convencer al gobernador español don Pedro de Toledo, para que aceptase la paz con Carlos Emanuel I, restituyéndole la plaza fuerte de Vercelli. No fue tarea fácil persuadir al astuto y caprichoso gobernador; pero al fin, con su prestigio, su tacto y su santidad, consiguió lo que otros muchos habían intentado en vano. Mucho más dramáticas fueron las circunstancias en las que se vio envuelto durante el otoño del mismo año, al intentar restablecer la serenidad y la paz en el reino de Nápoles. Después de ser reelegido definidor en el capítulo general (Roma, 1 de junio de 1618), bajó a Nápoles desde donde pensaba dirigirse a Brindis, su ciudad natal, para visitar un monasterio de clarisas que el duque de Baviera había mandado edificar sobre su casa paterna. A la sazón era virrey de Nápoles don Pedro Téllez de Girón, duque de Osuna, hombre de grandes cualidades, pero también de grandísimos defectos: impulsivo, libidinoso, bravucón, desmedida– mente ambicioso y de una prepotencia y desenfreno sin límites. Con su comportamiento caprichoso e independiente era causa, desde ha– cía tiempo, de preocupaciones e inquietudes para varios estados de Italia, especialmente para Venecia, que el duque odiaba de corazón. En Nápoles, en donde era virrey desde 1616, para dominar más fácilmente a los súbditos y obrar a su gusto, no había encontrado nada mejor que incitar a una parte de la población contra la otra. Amenazas y abusos, arbitrariedades e injusticias estaban a la orden del día. No había casa, ni lugares sagrados, ni siquiera monasterios de monjas que se vieran libres de las lujuriosas hazañas del virrey y de sus soldados. De ahí las exasperaciones, represalias y vengan– zas cada vez más sangrientas. Cuando se presentó san Lorenzo, la tensión rayaba en la deses– peración. Para librarse de Osuna, los ciudadanos más responsables se dirigieron en secreto al santo, cuya virtud conocían y también sus dotes de diplomático y la amistad que lo unía a Felipe III; y lo convencieron para que fuera a la corte de España a presentar sus

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