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150 «...el Señor me dio hermanos» Ante tan grave situación, el duque de Baviera decidió no espe– rar la catástrofe cruzado de manos. Mientras trabajaba secretamente organizando una Liga de príncipes católicos para contrarrestar la Unión evangélica, pensó enviar a España y a Roma un embajador que solicitara el apoyo financiero y militar de Felipe 111 y Pablo V. El embajador fue Lorenzo de Brindis, con quien el duque, ya de tiempo atrás, mantenía una asidua y confidencial corresponden– cia. El duque sabía, por experiencia personal, que el capuchino esta– ba «informadísimo» de los asuntos de Alemania, que conocía hasta los «últimos entresijos», y por lo tanto estaba capacitado para in– formar adecuadamente al rey de España. Además, su gran prestigio y su fuerza de persuasión le abrirían muchas puertas en Madrid. Y el nuncio de Praga estaba de acuerdo con Maximiliano. Lorenzo fue llamado a Munich. Después de haberse entendido perfectamente con el duque y con las debidas licencias, partió para Génova y se embarcó rumbo a España. Llegó a Madrid el día 10 de septiembre. Bien pronto, como lo había previsto el duque, Lorenzo se ganó la benevolencia de todos, especialmente del rey y de la reina, a quie– nes podía visitar libremente cuando quería; otras veces eran los re– yes mismos quienes lo llamaban. Así, superadas todas las dificulta– des, consiguió cuanto pedía: 300.000 ducados anuales para la Liga católica y el compromiso por parte del rey de pertenecer a la misma. Consiguió además algo que no habían logrado todavía sus hermanos de hábito: la fundación de un convento de capuchinos en Madrid. Partió para Roma. Llegó a principios de febrero de 1610. Aquí se encontró con los enviados de los príncipes alemanes, y junto con ellos consiguió del papa una promesa firme de ayudar a la Liga. Similares propósitos obtuvo a continuación en Florencia, Modena y Parma. A finales de mayo estaba de regreso en Alemania, donde tuvo que trabajar durante otros dos meses como embajador volante entre Munich y Praga para solucionar algunas graves dificultades que habían surgido entre tanto; sólo a mediados de agosto se pudo decir que la Liga católica estaba consolidada. Maximiliano y los príncipes católicos podían estar seguros de haber plantado un firme puntal contra la superchería de los herejes y al progresivo deterioro
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