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4 «...el Señor me dio hermanos» Entre los rayos del «Divino Amor» Eran los años en los que se estaba difundiendo en Italia el mo– vimiento del «Divino Amor», que en todas partes impulsaba hacia el fervor religioso y las obras de caridad. Se había iniciado en Vi– cenza durante la predicación cuaresmal de 1494 a cargo del beato Bernardino de Feltre, y había llegado hasta Génova, donde santa Catalina dei Fieschi, terciaria franciscana, le había infundido el soplo potente de su espíritu contemplativo y de su ejemplo de dedicación heroica al servicio de los enfermos. Su biógrafo y discípulo, Héctor yernazza, lo había llevado a Roma y, posteriormente, a Nápoles, orientándolo sobre todo a promover la fundación de hospitales para enfermos «incurables», como entonces eran considerados los afecta– dos de sífilis, enfermedad que hacía espantosos estragos por el de– sordenado comportamiento de soldados de todo tipo en la península. En Nápoles, Vernazza encontró en «la Compañía de los Blancos. de Santa María Socorro de los miserables», fundada por s. Jaime de las Marcas, el ambiente preparado para acoger su ini– ciativa y en María Lorenza Longo la persona capaz de llevarla ade– lante. Su hija, Batistina Vernazza, escribe: «Mi padre fue a verla y le dijo: Señora, usted es la persona que Dios ha ordenado que debe estar al frente de nuestro hospital...». La interpelada se resistió a tal propuesta, no por el trabajo de servir a los enfermos, al que ya estaba habituada y le resultaba agradable, sino por el oficio de directora que el genovés le ofrecía y que para una mujer en aquel tiempo era un hecho raro, si no único. Bellintani interpreta justamente en este sentido su resistencia: «Estos hermanos (los Blancos), que ordinariamente son los principa– les señores de Nápoles, a petición de la señora Lunga trabajaron mucho a beneficio del dicho hospital, y vestidos de blanco iban ca– da sábado a proveer de lo necesario, así fuera para la alimentación, el edificio o cualquier otra carencia. Por lo cual le pareció a ella que podía lícitamente descargarse de este peso, pues ya habían otros que lo podían tomar sobre sí. Su decisión causó desagrado a un tal señor Héctor Vernazzia genovés, el cual había sido causa princi– pal y compañero suyo en la fundación de aquel pío lugar».
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